miércoles, 10 de mayo de 2017

La importancia de la clase trabajadora ahora

Quienes afirman que la clase trabajadora ya no existe o que no tiene la capacidad de movilización e influencia que tenía antes se dan, una y otra vez, de bruces contra una tozuda realidad que les desmiente. Huelgas como las del sector de recogida de basuras urbanas muestran que la clase trabajadora sigue teniendo un papel clave en el funcionamiento del sistema y que cuando para, el sistema para con ella. De hecho, la clase trabajadora actual es más amplia y está más conectada a nivel internacional que nunca antes en la historia de la humanidad.
Actualmente, la clase trabaja-dora está formada por un núcleo de más de 900 millones de personas, alrededor del cual hay otros 3.500 millones cuyas vidas están sujetas de forma importante a su misma lógica (quienes dependen del ingreso que proviene del trabajo asalariado de parientes o de ahorros y pensiones). En la agricultura, una gran parte de la gente continúa trabajando por cuenta propia; sin embargo, la mayoría de las trabajadoras y trabaja-dores a nivel mundial, ocupada en los sectores industrial y de servicios, es asalariada. El argumento de que la clase trabaja-dora ha desaparecido se basa, normalmente, en lo que está ocurriendo con la clase obrera industrial en algunos países enriquecidos. La reestructuración de la economía, a través de sucesivas crisis económicas, ha causado la desaparición de antiguos rasgos centrales de la escena industrial, pero esto no justifica que la clase trabajadora haya desaparecido. Por ejemplo, la cifra de trabajador@s de la industria en Estados Unidos en 1998 era cerca del 20% mayor que en 1971, casi el 50% más que en 1950 y cerca de tres veces el nivel de 1890. Es cierto que el empleo industrial ha caído durante las últimas décadas en países enriquecidos como Gran Bretaña y Francia, pero eso no representa una desindustrialización del mundo, sino una reestructuración de la industria.
Frente a esta reestructuración capitalista, que en muchos casos viene acompañada de una mayor precariedad laboral, el sindicalismo debe adaptarse de forma flexible, asamblearia y combativa, ya sea mediante organización directa en centros de trabajo o territorialmente (por ejemplo, organizando asambleas de plantillas de hostelería por barrios). Unamuestra muy buena de auto-organización de plantillas en condiciones precarias fue “la huelga de las escaleras” de subcontratas de Movistar, que pusieron pie en pared frente a la explotación de esta multina-cional y sus secuaces.
Y no es solo que la clase trabajadora exista más que nunca, sino que, además, en ella hay sectores que tienen una posición especialmente clave en el sistema. Por ejemplo, las plantillas de recogida de basura, que comentábamos antes, han sido capaces de frenar gran parte de los recortes que llegaban a su sector porque cuando no curran las ciudades se inundan de desperdicios. Otro sector clave son los y las estibadoras, que gestionan el 80% de las importaciones y el 60% de las exportaciones y que, con una cultura de lucha colectiva, unidad y asamblearismo combativo han tumbado el real decreto de la precarización de la estiba en el parlamento, evidenciando la debilidad del "gobierno zombi " de Rajoy.

Al contrario que alguna gente trabajadora, la clase dirigente sí es muy consciente de la importancia de la clase trabaja-dora y, consecuentemente, intenta debilitarla continuamente. Prueba de estos ataques son las sucesivas reformas laborales del PPsoE durante las últimas décadas. Y ahora que el gobierno está débil (sin mayoría absoluta, con inestabilidad política en el parlamento y temiendo un repunte de las movilizaciones sociales), los capitalistas canalizan sus ataques a través de otros aparatos del Estado. Por ejemplo, el Tribunal Supremo acaba de dictar sentencia ata-cando brutalmente al derecho a huelga, al permitir que una empresa pueda volver a subcontratar un servicio cuando la plantilla que lo venía desarrollando esté en huelga. Es decir, esta sentencia viene a romper el derecho de huelga en los servicios subcontratados, que cada vez son más. En esta línea de ataques va también la agresión a la estiba con el objetivo de desarmar a un sector clave y autoorganizado en la defensa de sus derechos, que sirve de modelo a otras secciones de la clase trabajadora y es especial-mente importante, por ejemplo, durante las huelgas generales.
Para superar los ataques de la clase dirigente y de los políticos a su servicio, tenemos que construir sindicalismo asamblea-rio, solidario y combativo que impulse una cultura de confían-za en la lucha colectiva. En este camino, debemos llegar a des-bordar a las burocracias sindica-les, como están haciendo espa-cios de lucha amplios como las Mareas o las Marchas de la Dignidad. En este sentido, es clave unir las luchas y que se retroalimenten positivamente unas a otras. Al mismo tiempo, hay que huir del sectarismo que nos impide golpear junt@s. De este modo, hay que diferenciar claramente entre las burocracias de CCOO y UGT, que desmovili-zan y aíslan las luchas, y a las que debemos denunciar y apartar, de las bases combati-vas de esos sindicatos, con las que tenemos que luchar juntas desde la diversidad. Además, es importante fijar objetivos claros y que puedan alcanzarse me-diante la movilización. Por ejemplo, en estos momentos, el derogar las últimas reformas laborales podría ser nuestro objetivo principal y no parar hasta conseguirlo: empezando por una gran manifestación en Madrid de las Marchas de la Dignidad, ya convocada para el 27 de mayo, y que ésta sirva para impulsar una huelga general que ponga contra las cuerdas al gobierno y al PPsoE.
A 100 años de la Revolución Rusa de 1917, hay que luchar y crear poder popular para con-vertir las reivindicaciones eco-nómicas (por las que la mayoría de la gente empieza a moverse) en reivindicaciones políticas que transformen nuestras sociedad-des profundamente y nos lleven a superar el capitalismo. Un ejemplo de esta evolución política en las reivindicaciones nos lo han dado las y los estibadores en varias zonas del mundo y diferentes periodos: se negaron, mediante “prohibicio-nes verdes”, a cargar barcos con uranio en Australia en el marco de la Guerra Fría de los años 70-80 y a descargar en el puerto de Bilbao los componentes dirigidos a la construcción de la central nuclear de Lemoiz en los años 80. Y cerraron, en varias ocasiones, los puertos de la Costa Oeste de Estados Unidos contra la Guerra de Irak.
Nuestro futuro está en las luchas sociales de la clase trabajadora, gobierne quien gobierne. La historia nos enseña que el mundo no se cambia en profundidad y en favor de los intereses de la gente de abajo jugando en el tablero y con las reglas de los burgueses que intentan machacarnos, desde gobiernos y parlamentos diseñados por el 1% y para el 1%.

Jesús M. Castillo

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