domingo, 12 de noviembre de 2017

Catalunya en la encrucijada. Frente a la represión estatal: solidaridad





El gobierno de Rajoy pretende haber lanzado un “misil certero” al aplicar el artículo 155 en Catalunya para frenar la independencia. Han anulado el autogobierno catalán, han suprimido el govern y han cerrado el parlament, convocando elecciones para el 21 de diciembre. Hasta entonces, Catalunya, por primera vez desde el franquismo pasa bajo el control inmediato de Madrid, con la vicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría asumiendo los poderes que hasta ahora tenía el president Puigdemont.

La realidad es que están temblando frente a lo que puede producir este desafío. Es reveladora la precipitación para tener las elecciones el 21 de diciembre. Quieren aprovecharse del resultado del shock y deshacerse de la patata caliente. Amenazan con un nuevo 155 si no sale el resultado que piden en las elecciones. No se atreven a tocar sectores que generarían directamente confrontaciones en la calle: no han tocado las Universidades, ni la televisión y radio públicas.

El 155 vino como respuesta a la “independencia unilateral” que declaró el parlament. Pero, el parlament también votó por la independencia bajo la amenaza de votación del art. 155 en el senado español. Ésta es la clave para entender lo que ahora está sucediendo en Catalaunya. El voto por la independencia por parte de la mayoría de los diputados de Junts Pel Sí fue con pesar. La gente en las calles estaba festejando pero ellxs no querían, ni estaban preparadxs, para este choque. Hacía poco, Puigdemont se había ofrecido a ir a elecciones si no se aplicaba el artículo 155. Pero el Estado español quería contrololarlo todo en Catalunya.

La “calle”, la desobediencia en el referéndum del 1O, las huelgas del 3 de octubre y el 8 de noviembre, manifestaciones masivas… estas fueron las fuerzas que empujaron a tiraron a Junts Pel Sí a la votación de la independencia. Puigdemont se mostró incapaz de poner orden en esta dinámica y lo primero que hizo fue irse para Bélgica.

La proclamación de la “independencia” fue completamente simbólica. En realidad siquiera se declaró la independencia. El parlament puso en marcha la ley de transitoriedad (la ley que pondría en marcha la creación de tribunales, hacienda y otras instituciones estatales catalanas), pero sabía que con el 155 no habría nadie para aplicarla. Ni siquiera una arriada simbólica de la bandera española en el palacio de la Generalitat.

Al contrario, por el otro bando, el artículo 155 se está aplicando poco simbólicamente. El primer paso fue el cambio de la dirección de los Mossos que habían molestado al estado central porque no consensuaron en la represión del referéndum. Los ministros de Puigdemont no resistieron ni a la ocupación de sus despachos. La distancia entre las esperanzas de la gente en las calles y la estrategia de las direcciones de Junts Pel Sí, Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Ómnium Cultural se hizo más grande. Mientras se estaba aplicando el 155 y la gente estaba buscando respuestas para defender la República y el gobierno legítimo, Ómnium tuiteaba que la mejor defensa era ir de excursión a los pueblos, a celebrar, a gastar dinero y ayudar la economía catalana. Esta indecisión chocaba con que sindicatos independentistas habían declarado una huelga de 10 días para defender la independencia.

Pero todo esto no está sucediendo en vacío. La semana empezó con lxs trabajadorxs en ayuntamientos y delegaciones de gobierno en asambleas y rodeando sus centros de trabajo, declarando que no van a aceptar la aplicación del 155. Cosas parecidas sucedieron en los medios de comunicación públicos. Las asambleas de los Comités de Defensa de la República (CDR) siguieron sus reuniones y algunas se han convertido en el espacio donde se desarrolla el debate político sobre los próximos pasos del movimiento. Las organizaciones más “moderadas” quieren convertir los CDR en brazos de la campaña electoral hasta el 21 de diciembre.

El estado español no tiene ninguna intención de ir a unas elecciones calmas y democráticas. Els Jordis, y parte del govern, están en la cárcel. La Guardia Civil investiga a los Mossos, tamizando los videos y las conversaciones para empezar una oleada de denuncias tanto contra gente que participó en las manifestaciones y en referéndum como contra oficiales. Los fiscales han presentado denuncias contra el govern y la mesa del parlament por rebelión y sedición. Rajoy quiere quebrar el ánimo, pero la resistencia a la violencia estatal puede transformarse muy rápido en oportunidad para que el movimiento salga a las calles de nuevo y entre en el enfrentamiento del que Puigdemont huyó, como ocurrió en la masiva manifestación del 11 de octubre en Barcelona.

La luz verde que han recibido los fascistas es el otro factor que no deja que las cosas se “normalicen”. En cada manifestación unionista contra la independencia, grupos de ultraderecha nazi atacan a inmigrantes, a casas con la estelada, a medios de comunicación catalanes, etc. En Valencia (influida especialmente por los acontecimientos en Catalunya) se organizó una de las manifestaciones antifascistas más grandes de los últimos años.

La política del Estado español está en ebullición. El Partido Popular compite con Ciudadanos sobre quién es más anticatalán. El PSOE se convirtió en un apéndice de Rajoy, votando a favor del 155, creando más fracturas en el PSC. Y la nueva izquierda reformista de Podemos se ha hecho un lío, insistiendo en la política de “ni 155, ni independencia” que en la práctica significa denunciar la independencia y sus avances democráticos frente a la represión estatal. Pablo Iglesias deslegitimó y destituyó a la dirección de Podem animándolas a irse a ERC o a la CUP.

La gente en Catalunya está buscando el camino para seguir la lucha contra los enemigos de la democracia, pero también contra los supuestos amigos. El bloque de la reacción va desde el palacio real y la Moncloa, a las bandas fascistas, pasando por la dirección de la Unión Europea. Frente a la represión estatal, la gente de Catalunya necesita nuestra solidaridad, sin condiciones, más que nunca.


Nikos Lountos

martes, 7 de noviembre de 2017

LA REVOLUCIÓN HUÉRFANA ¿QUÉ QUEDA DE OCTUBRE 1917?




Muchas de las grandes revoluciones de la era moderna continúan celebrándose. Así es, por ejemplo, con las revoluciones Americana y Francesa, que tienen sus días nacionales (respectivamente, el 4 y 14 de julio); el Levantamiento de Pascua en Irlanda, cuyo centenario fue profusa (e hipócritamente) commemorado el año pasado; o la Revolución China de 1949, en la que el Partido Comunista en el poder basa su legitimidad.1 Pero la Revolución Rusa de Octubre 1917 es huérfana. Su centenario está transcurriendo con poco que se asemeje a una celebración. Esto contrasta con el 50 aniversario en 1967, que soy suficientemente viejo para recorder. Incluso en Occidente se reconocía, a regañadientes, que la revolución era un acontecimiento histórico de importancia mundial.
El aniversario de 1967 tuvo lugar durante la Guerra Fría. La relevancia de Octubre de 1917 era obvia ya que uno de los dos rivales en aquel conflicto, la Unión Soviética, basaba su legitimidad en esta revolución. Pero 25 años más tarde ya no había URSS. Es sabido que Vladimir Putin, quien ha controlado el estado que la sucedió, la Federación Rusa, dijo a la Duma en 2005: “El colapso de la Unión Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo”.2 Pero esto no quiere decir que sea un entusiasta de su supuesta fundación. Según Owen Matthews:
“[Putin] reverencia la Unión Soviética, a la que sirvió como miembro del Partido Comunista y oficial de la KGB, pero aborrece el alzamiento popular que la creó. En años recientes el Kremlin ha utilizado retazos de la historia rusa para fortalecer la legitimidad de Putin, levantando estatuas al Príncipe Vladimir de Kiev e Iván el Terrible y reescribiendo libros de historia para mostrar a Stalin como un líder heroico en lugar de un asesino de masas. Sin embargo, el partido no tiene ninguna línea moderna sobre la revolución – no hay versión ‘oficial’ o ‘patriótica’. El Primer Ministro anterior a la revolución, el conservador Pyotr Stolypin -famoso por ahorcar revolucionarios con las ‘corbatas Stolypin’- es probablemente lo más parecido a un héroe oficial de ese período. Stolypin fue elegido ‘rusa más grande de la historia’ en un programa de TV en 2008 (se descubrió que la encuesta estaba trucada: Stalin recibió más votos).
Como Stolypin, Putin es ante todo un imperialista ruso, y un creyente en extirpar toda oposición de raíz. Putin ha dicho claramente que considera a los Bolcheviques que derrotaron al estado peligrosos traidores. Lenin y sus revolucionarios profesionales ‘traicionaron los intereses nacionales de Rusia’, dijo a una conferencia anual de jóvenes activistas organizada por el Kremlin en 2015. Los Bolcheviques ‘anhelaban ver su patria derrotada mientras heroicos soldados y oficiales rusos derramaban sangre en el frente de la Primera Guerra Mundial’. La revolución, para Putin, hizo que ‘Rusia colapsase como estado y se diese por vencida’…
Sin duda, la Rusia de Putin se asemeje en muchas maneras al tipo de país que la Guardia Blanca habría construido si ellos, y no los Rojos, hubiesen ganado la guerra civil rusa. El conservadorismo social de Putin, su utilización de la iglesia para ganar legitimidad y su intolerancia a la disconformidad son una versión actualizada de la fórmula de la época zarista de ‘autocracia, Ortodoxia y voluntad popular’. Quizá fuese Boris Yeltsin quien revirtió la revolución al deponer al Partido Comunista, pero es Putin quien ha llevado el círculo del siglo de vuelta al principio. Putin ha restaurado la Santa Rusia: una sociedad donde dirigente e iglesia están unidos, donde oposición es traición y donde la policía secreta está en guardia a la espera del menor atisbo de descontento”.3
En Occidente, miedo y paranoia hacia Rusia siguen vivos, como la histeria provocada por los tratos de Donald Trump con Moscú ha demostrado. Richard Painter, principal abogado ético de George Bush (una tarea que debe haberle dejado tiempo de sobra para sus estudios históricos), rastreó el origen de estos sentimientos hasta 1917: “sabemos lo que los rusos han estado haciendo, llevan haciéndolo desde la Revolución Rusa de 1917, cuando los comunistas empezaron a querer desestabilizar las democracias occidentales… Y ha continuado hasta 2017”.4 Pero estas reminiscencias de la Guerra Fría no han despertado mucho interés en Octubre de 1917.
En el mundo académico, los esfuerzos desencadenados por la radicalización de los 60 y 70 por desarrollar una interpretación social de la revolución han sido reprimidos. El consenso académico retrata Octubre de 1917 como un golpe retrógrado que condenó a Rusia al caos y el totalitarismo, ya sea expresado en lo que pretende ser “historia social”, como es el caso del execrable A People’s Tragedy de Orlando Figes, o tomando la forma de la narrativa política más convencional encontrada en las obras del veterano anti-Lenin Richard Pipes.5
Una reciente colección titulada Historically Inevitable? Turning Points of the Russian Revolutio (¿Históricamente inevitable? Puntos de inflexión de la Revolución Rusa)6, ejemplifica este consenso. Editado por Tony Brenton, quien fuera embajador británico en Moscú, la postura del libro está clara desde el principio: el epígrafe es una cita del gran poeta Aleksandr Pushkin: “Revuelta rusa, sin cabeza y sin piedad”. El punto más bajo por una vez no viene de la mano de Pipes, sino que se encuentra en un ensayo de Edvard Radzinsky que lamenta el martirio del zar Nicolás II y su familia. Figes  dedica el suyo en su totalidad a expresar tristeza y decepción ante el hecho de que una patrulla de policía en Petrogrado el 24 de octubre de 1917 tomó a Lenin, que iba disfrazado de camino al soviet en el instituto Smolny, por un “borracho inofensivo”; si le hubiesen identificado, “la historia habría progresado de una forma muy distinta”7. Revisando la colección, Sheila Fitzpatrick, una sobresaliente historiadora de la era soviética, se quejó levemente de que la propia contribución de Brenton olía a “un triunfalismo de mercado libre que, como ‘el fin de la historia’ de Fukuyama, no resiste el paso del tiempo”, a lo que Brenton respondió que esto era como ser acusado de “triunfalismo porque la tierra es redonda”.8 Tal es la vanidad del centro neoliberal extremo incluso cuando se aproxima su merecido.
Pero el silencio en torno a Octubre 1917 también afecta a la izquierda. David Harvey es indudablemente uno de los más destacados intelectuales marxistas vivos, cuyos textos y charlas online han desempeñado un papel importante atrayendo interés en la obra de Marx. Pero si consultamos una reciente y popular exposición de la crítica de Marx que no sólo se preocupa por lo que Harvey llama “las 17 contradicciones del capitalismo” sino de explorar cómo una alternativa política podría desarrollarse, no hallaremos mención de Lenin y 1917. Harvey brevemente menciona el escenario donde, mientras las desigualdades aumentan, “un movimiento anticapitalista y revolucionario, organizado y consciente de sí mismo (dirigido, para los Leninistas, por un partido) se alzará”, sólo para desdeñarlo como “demasiado simple, si no fundamentalmente deficiente”.9
Harvey siempre ha mantenido sus distancias con el Leninismo, pero otros intelectuales marxistas relacionados con tradiciones que tomaron Octubre de 1917 como su punto de referencia han sugerido que el colapso de la Unión Soviética y sus satélites en 1989-91 dibujó una línea que separa a la izquierda contemporánea de la experiencia de la Revolución Rusa. El gran historiador Eric Hobsbawm, fiel al Partido Comunista de Gran Bretaña hasta su desaparición al final de los 80, escribió un libro titulado El corto siglo XX 1914-1991. El mensaje implícito fue que la época abierta por la Revolución Rusa había terminado. De hecho, Hobsbawm argumentó que: “El mundo que se fragmentó a fines de la década de 1980 fue el mundo modelado por la Revolución Rusa de 1917”, y describió el presente como “el mundo que sobrevivió al final de la Revolución de Octubre”. Pero el verdadero tema de Hobsbawm demuestra ser el capitalismo global, sus grandes crisis en los comienzos y finales del siglo XX, y la dilatada expansión entre ellos, en comparación con la cual “la historia del enfrentamiento entre el “capitalismo” y el “socialismo” probablemente parecerá de interés histórico más limitado -comparable, a largo plazo, a las guerras de religión de los siglos XVI y XVII o las Cruzadas”.10
Esta equivocación probablemente está relacionada con la problemática relación de Hobsbawm con su propio pasado comunista -reflejada en su evaluación final de la experiencia rusa: “La tragedia de la Revolución de Octubre fue precisamente que sólo pudo producir su tipo de despiadado, brutal socialismo dirigido”.11 Al contrario, negar que el Stalinismo fue el resultado inevitable de la Revolución de Octubre es una de las características definitorias de la tradición trotskista. Daniel Bensaïd fue, hasta su muerto en 2009, uno de los principales exponentes de esta tradición, por lo que es interesante ver que hizo propio el planteamiento de Hobsbawm del “corto siglo XX”:
“Estaba claro que la unificación de Alemania, la desintegración de la Unión Soviética, el final de la Guerra Fría, etc., marcaron el final de un gran ciclo que empezó con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Si uno acepta la noción aproximada de “el corto siglo XX”, se trataba entonces de un punto de inflexión histórico que necesariamente se traduciría más o menos rápidamente en una reorganización del paquete geopolítico, sino también en redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes en el movimiento de los trabajadores.12”
¿Qué queda de Octubre?
¿Pero qué significa exactamente hablar de “el final de la Revolución de Octubre”? Claramente, como Bensaïd dice, 1989-91 desencadenó una transformación geopolítica, el colapso del bloque rival al capitalismo occidental, que dejó libre de obstáculos la hegemonía global de los Estados Unidos. A su vez, esto hizo posible la generalización de los regímenes de economía neoliberal impulsados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan al comienzo de los 80. El neoliberalismo fue exportado al tercer mundo gracias a la crisis de la deuda precipitada por el brusco aumento en las tasas de interés y el dólar.
Bensaïd también menciona “redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes del movimiento obrero”. La creación de la Internacional Comunista en 1919 fue el fruto de los esfuerzos de los Bolcheviques para extender la Revolución de Octubre. El fracaso de esta estrategia facilitó el ascenso al poder de Stalin y la transformación de los partidos comunistas en instrumentos de la política exterior de Moscú. Consecuentemente, el destino de una sección importante del movimiento obrero -de la que formaron parte muchos de los mejores militantes durante varias generaciones- estaba atado al del estado soviético. El decline de este -y los conflictos entre Moscú y Beijing por el liderazgo del movimiento comunista- contribuyeron a la descomposición del movimiento, si bien cada vez más este se debió a la aceptación por parte de estos partidos de políticas reformistas que en nada se diferenciaban de las de sus rivales socialdemócratas. El colapso de la URSS aceleró este proceso, especialmente con el suicidio del PC Italiano, el más importante en Occidente. Hoy en día quedan un puñado de CPs que todavía cuentan -los ultra-stalinistas PC Griego y Portugués, el Partido Comunista de la India (Marxista), que ha perdido sus feudos electorales, y el PC de Sudáfrica, cuyo destino ha estado atado durante 50 años al del Congreso Nacional Africano, sumido en una crisis cada vez mayor.
Por lo tanto, podemos decir que 1989-91 marcó un punto de inflexión en procesos de largo recorrido -la reorganización neoliberal del capitalismo global bajo la supervisión de los EU y la caída del movimiento comunista. ¿Significa esto que Octubre 1917 no tiene nada que ofrecernos? ¿La implosión del bloque soviético ha cegado la luz que un día irradió Octubre? Cómo respondemos esta pregunta, en parte, dependerá de si estamos de acuerdo con Hobsbawm y equiparamos la Revolución con el Stalinismo. Por supuesto, es el principio fundacional de esta corriente rechazar esta equiparación. Para nosotros, la transformación stalinista de la URSS al final de los 20 y al principio de los 30 -industrialización forzada y colectivización de la agricultura- no significó la construcción del socialismo, sino la consolidación de una contrarrevolución. Una nueva clase dominante, la burocracia central en el partido y el estado, llegaron para dominar y explotar a una clase trabajadora atomizada a la que, bajo la presión de competición militar con los poderes imperialistas occidentales, sometió a la lógica de acumulación de capital. Los alzamientos de 1989-91, por tanto, no representaron una restauración del capitalismo, sino, en palabras de Chris Harman, un movimiento lateral, deuna forma de capitalismo (capitalismo de estado burocrático) a otra (el tipo de capitalismo de mercado que prevalece en la era neoliberal).13
Este análisis presupone que Octubre 1917 fue una auténtica revolución obrera, y que por tanto el consenso de la élite que la retrata como un golpe es incorrecto.14 Pero entonces, ¿qué tipo de luz emana Octubre? ¿Ofrece simplemente inspiración revolucionaria o tiene un significado estratégico más específico? Examinemos lo que Trotsky escribió en 1924, en su pequeño libro Lecciones de Octubre:
“Es indispensable que todo el partido, y especialmente para las generaciones más jóvenes, estudien y asimilen paso a paso la experiencia de Octubre, que puso el pasado a prueba de forma definitiva, incontestable e irrevocable y abrió de par en par las puertas del futuro… Para el estudio de las leyes y métodos de la revolución proletaria no existe, por ahora, una fuente más importante y honda que nuestra experiencia de Octubre.”
Lecciones de Octubre tenía un propuesto polémico: el Partido Comunista Alemán había fracasado al intentar tomar el poder en octubre de 1923 y Trotsky estaba intentando responsabilizar por ello a sus rivales políticos entre los Bolcheviques, particularmente Grigori Zinoviev, presidente de la Kominterm. Pero los argumentos que desarrolla en el libro tienen mayor alcance,  y es innegable que la práctica política de Trotsky estuvo guiada por su visión de Octubre 1917. Su Historia de la Revolución Rusa es una crónica sin parangón de todo el proceso. El interés en los primeros años de la Kominterm yace en los esfuerzos de los líderes de la Revolución Rusa, sobre todo Lenin y Trotsky, en transmitir su experiencia y explicar sus lecciones a los líderes de los nuevos partidos comunistas, especialmente en Alemania. La pertinencia de esta experiencia. La pertinencia de esta experiencia, claro está, no ha eludido a posteriores revolucionarios. El pensamiento y estrategia de alguien como Bensaïd, a pesar de su aceptación del fin de un ciclo, han estado marcados por los textos de Lenin.17
En los últimos años ha tenido lugar una recuperación de la figura de Lenin, empezando con la exhaustiva operación de rescate de Lars Lih de ¿Qué hacer?, y extendiéndose a un interesante estudio de Alan Shandro, la mayor biografía intelectual de Tamás Krausz (ganadora de los 2015 Isaac y Tamara Premio Deutscher Memorial), las elegantes reflexiones de Tariq Ali y la presentación de un Lenin para hoy de John Molyneux18. El libro de Molyneux está asentado firmemente en la tradición de la corriente Socialismo Internacional. Pero el resto de este cuerpo de escritura concentran sus esfuerzos principalmente en rescatar a Lenin de las caricaturas a las que el consenso académico le ha sometido y devolverle el lugar que le corresponde en la historia del marxismo, no para explorar su relevancia en el presente. La principal excepción reciente a esto, a parte del libro de Molyneux, viene de la mano de Slavoj Žižek, pero el “leninismo” de Žižek es demasiado peculiar y impregnado de sus tribulaciones filosóficas  como para ofrecer una política reconocible.19
Así pues, ¿mantiene la Revolución de Octubre un significado universal y sigue ofreciendo lecciones para socialistas de todo el mundo, como Trotsky defendió? Hay una razón fundamental por la que deberíamos responder: sí. Existe un debate aún más antiguo en la izquierda, que se remonta a las controversias revisionistas de la socialdemocracia alemana a finales del siglo 19, acerca de si el capitalismo puede transformarse gradualmente o no: “¿Reforma o revolución?”, en las palabras de Rosa Luxemburgo. En la actualidad estamos presenciando el auge de nuevas formaciones reformistas de izquierdas. Los líderes del Partido Laborista en Gran Bretaña, Jeremy Corbyn y John McDonnell, optan por la Reforma en el dilema planteado por Luxemburgo20. Con honestidad y consistencia, mantienen que la sociedad británica puede transformarse dentro del marco constitucional de la democracia parlamentaria. Lo mismo hacen los líderes de las otras principales corrientes de la izquierda en Europa – La France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon, Podemos y Syriza.
El problema es que un repaso de las experiencias históricas no se salda con un solo ejemplo de un gobierno reformista de izquierdas que haya tenido éxito. El gobierno laborista más importante -la administración de Clement Attlee entre 1945 y 1951- implementó reformas de gran envergadura, pero tanto la consolidación del estado del bienestar como la nacionalización de industrias básicas formaban parte del consenso adoptado por la élite tras la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Charles de Gaulle21, que tenía poco de radical, introdujo medidas semejantes entre 1944 y 1946. El patrón de los gobiernos socialdemócratas es que se vean obligados a abandonar las propuestas de reforma por las que fueron elegidos, sucumbiendo a una combinación de presión de los mercados financieros y sabotaje de la burocracia estatal y el mundo de los negocios. Si no pasan por el aro, se les destroza. El paradigma moderno es el golpe militar chileno de 1973, que depuso a la Unidad Popular de Salvador Allende. Pero la derrota de Syriza en julio de 2015 revela una nueva manera de someter a un gobierno de izquierdas: cerrar su sistema bancario y forzarlo a colaborar con el empobrecimiento de su población.
Y si la ruta del reformismo está bloqueada, tenemos que tomarnos en serio la alternativa revolucionaria. La Revolución Rusa de Octubre representa el primer intento exitoso de derribar el capitalismo. De hecho, en la tradición de la Corriente Socialismo Internacional defendemos que esta es la única revolución socialista exitosa. Las otras grandes revoluciones del siglo XX -sobre todo, China, Vietnam y Cuba- rompieron las cadenas de la dominación colonial, pero dieron lugar a la instauración de regímenes burocráticos de capitalismo estatal hechos a la imagen y semejanza de la Rusia stalinista22. Es por eso que es aún más importante indagar qué podemos aprender de Octubre 1917.
Varios factores alejan la experiencia de octubre de nuestros días. El más obvio es que la Rusia de 1917 no tenía nada en común con el capitalismo globalizado de 2017. Rusia era una sociedad donde predominaba la agricultura y cuya población eran mayoritariamente campesinos oprimidos y explotados por la alianza de la autocracia zarista con la nobleza y la aristocracia terrateniente. El atraso de la Rusia imperialista de entonces es innegable, pero esto no significa que el país fuese ajeno al proceso de desarrollo capitalista global. Lenin y Trotsky entendieron esto. En palabras de Krausz,
“Incluso antes de 1905, Lenin expuso este fenómeno particular, es decir, que Rusia estaba involucrada en el sistema global a través de un proceso que hoy podríamos denominar ‘integración semi-periférica’, mediante el cual formas pre-capitalistas se conservan bajo el capitalismo para reforzar la subordinación a los intereses a los intereses del capitalismo occidental. Formas pre-capitalistas integradas en el capitalismo dentro del funcionamiento de este.”23
“El descubrimiento científico de esta aleación de una variedad de formas de producción y de estructuras históricas divergentes es lo que fortaleció a Lenin en su convicción de que Rusia era una región de “contradicciones sobredeterminadas” (Althusser). Estas contradicciones sólo pueden resolverse mediante una revolución. Lenin sólo se volvió consciente de la red de correspondencias en las que las particularidades locales del capitalismo y del posible derrocamiento de la monarquía zarista fueron conjuntadas en el transcurso de más de una década de investigación científica y lucha política. Estas investigaciones le llevaron al descubrimiento de algo sumamente importante, lo cual él resumió en su tesis de Rusia como ‘eslabón débil en la cadena del imperialismo’.”24
Trotsky llegó a la misma conclusión por un camino distinto. En sus estudios de las revoluciones de 1905 y 1917 concedió más importancia al rol del estado zarista. Competición geopolítica con poderes europeos más avanzados al oeste forzó a la autocracia, desde los tiempos de Pedro el Grande al comienzo del siglo 18, a importar técnicas más avanzadas (así como el capital necesario para financiarlas y a menudo el personal para operarlas) de los países rivales. Este es el contexto en el que formula su teoría del desarrollo desigual y combinado:
“La desigualdad, la ley general del proceso histórico, se revela más claramente y en su forma más compleja en el destino de los países más atrasados. Azuzada por la presión exterior, su cultura atrasada se ve obligada a dar saltos hacia delante. Así, a partir de la ley universal de la desigualdad emerge otra, la cual, a falta de otro nombre, llamaremos la ley de desarrollo combinado – con la cual nos referimos a los diferentes pasos del viaje uniéndose, una combinación de los distintos pasos, una amalgama de formas arcaicas que coexisten con otras contemporáneas.”25
Este proceso da lugar al surgimiento del “privilegio del atraso histórico”, que “permite, o más bien fuerza, la adopción de lo que sea que está disponible, saltándose toda una serie de pasos intermedios”26. Este “privilegio” permitió al estado zarista, que pretendía mantener su posición con respecto a los otros grandes poderes, promover la rápida industrialización del país, financiada por préstamos de su aliado, Francia, en los siglos XIX y XX. Hacia 1913, Rusia era la quinta economía industrial del planeta, con la fuerza de trabajo más concentrada de Europa. Aparecieron islas de industria avanzada en las que surgió una clase trabajadora militante que lideró las revoluciones de 1905 y 1917.27 Las contradicciones del desarrollo ruso al comienzo del siglo XX -la dependencia de la burguesía local en el estado y el capital extranjero y la militancia de la nueva clase trabajadora creada por la industrialización- eran suficientemente profundas como para producir la explosión de 1905, si bien la reacción más brutal, con matanzas de judíos que presagiaron al fascismo, al final triunfó.
Esta combinación contradictoria de avance y atraso no existía solamente en Rusia: otras economías recientemente industrializadas de finales del siglo XIX -Italia y Austria-Hungría, por ejemplo- compartían algunas de las mismas características. El historiador conservador Norman Stone mantiene que los años previos a 1914 fueron testigos de un aumento general de la lucha de clases a lo largo de Europa que fue reflejo del impacto de la Gran Depresión de 1873-95, en particular empobreciendo al campesinado y (en su fase de recuperación) aumentando los precios.
“En la medida que los precios ascendieron tras 1895 o, en la década anterior, que los países agricultores pudieron permitirse cada vez menos, se impulsó fuertemente la nueva industria. En Alemania o Gran Bretaña, se tuvo que reducir gastos; y se potenció la maquinaria. En Italia o Rusia, la depresión agraria motivó la industrialización… En los 1890, mediante inversiones extranjeras, se traspasó nueva tecnología de los países avanzados a los más débiles, las economías de los cuales, como resultado, sufrieron cambios dramáticos en muy pocos años. Ejércitos de proletarios (y campesinos) aparecieron en las fábricas. En los 1880, en otros países, se habían encontrado con precios que descendían lentamente, y salarios que crecían sustancialmente. A finales de los 1890, y de nuevo tras 1906, se encontraron con precios rápidamente en aumento. El resultado, en todas partes, fue un nivel de militancia obrera que llevó a algunos observadores a concluir que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.”28
Incluso en el poder imperialista más fuerte, Gran Bretaña, estos antagonismos tuvieron como resultado el Gran Malestar de los años previos a 1914. Rusia, con sus estructuras sociopolíticas desestabilizadas por la rápida industrialización, era mucho más vulnerable, como destacó Lenin en sus “Cartas desde lejos” después de la revolución de febrero de 1917. En particular, la política exterior agresiva y expansionista conducida por la autocracia propició conflictos en los Balcanes con el Imperio Austrohúngaro y, por lo tanto, con el aliado de este último, el Segundo Reich alemán; la lucha a muerte de dos decadentes regímenes imperiales desencadenó el conflicto interimperialista que había estado desarrollándose durante años alrededor del antagonismo entre Gran Bretaña y Alemania y arrastró a la mayoría de las potencias europeas y sus colonias a la Primera Guerra Mundial. Stone sostiene que “después de 1909, casi todos los países europeos entraron en un período de caos político”, del cual, para la derecha, la guerra parecía una salida.29 De hecho, la Gran Guerra barrió mucho de lo que quedaba del viejo régimen en Europa. En Rusia, el infierno de la guerra aumentó sustancialmente el tamaño de la clase obrera industrial y la sometió a nuevas privaciones, mientras que millones de campesinos fueron arrastrados de sus parcelas dispersas y concentrados en un gran ejército cuyas derrotas constituyen el juicio de la Historia a la autocracia.30
El nuevo proceso revolucionario que se abrió en febrero de 1917 dio un protagonismo aún mayor a la clase obrera que había desempeñado un papel principal en 1905. El ejército predominantemente campesino, cuyos motines apuntalaron el último clavo en el ataúd de los Romanov, proporcionó un puente entre las fábricas y las aldeas. Pero la vanguardia de la revolución -los trabajadores cualificados del metal de Petrogrado y Moscú- afrontaron problemas y desarrollaron formas de organización fundamentalmente similares a las de los trabajadores en los centros capitalistas más avanzados del oeste, en Berlín, Turín, Sheffield y Glasgow. Políticamente, de hecho, los obreros rusos eran los más avanzados, ya que en 1905 desarrollaban el soviet como una forma de autoorganización proletaria que podía unir a toda la clase en las luchas económicas y políticas y establecer así la base de una alternativa al existente estado capitalista. Los militantes de la clase trabajadora en Europa central y occidental encontraron en las luchas de los trabajadores rusos una solución a los problemas a los que se enfrentaban. No es casualidad que muchos trabajadores del metal se unieran a los partidos comunistas formados para extender la revolución bolchevique hacia el oeste.31
Del mismo modo, la forma adoptada por la Revolución de Octubre no representó un regreso al autoritarismo tradicional ruso o los instintos populares primitivos, como argumentan respectivamente Pipes y Figes. Por el contrario, en el crisol urbano, vemos lo que Trotsky llama “la orientación activa de las masas mediante un método de aproximaciones sucesivas”, es decir, la clase trabajadora moderna y sus aliados en el ejército probando diferentes soluciones políticas, moviéndose progresivamente hacia la izquierda al quedar en evidencia la ineficacia o irrelevancia de las ideas de los partidos más moderados.32 El objetivo bolchevique del poder soviético representaba el final de este proceso de radicalización, tanto porque se ajustaba a las necesidades de la situación como porque el partido era todo lo contrario a la secta hermética y totalitaria retratada por las principales corrientes de la intelectualidad. En palabras de Alexander Rabinowitch en su estudio imprescindible de la Revolución de Octubre en Petrogrado, que demuele de forma irrefutable la idea de un golpe bolchevique:
“El fenomenal éxito bolchevique puede atribuirse en gran medida a la naturaleza del partido en 1917. Aquí no tengo en mente ni el liderazgo audaz y decidido de Lenin, cuya inmensa importancia histórica no puede negarse, ni la muy conocida, si bien enormemente exagerada, unidad y disciplina organizacional de los bolcheviques. Más bien, quisiera enfatizar la estructura y el método de operación relativamente democrático, tolerante y descentralizado del partido, así como su carácter esencialmente abierto y de masas, en marcado contraste con el modelo leninista tradicional.”33
Las verdaderas peculiaridades de Rusia
¿Significa esto que octubre de 1917 no había factores específicos? Por supuesto que no: la revolución representó, como cada evento histórico, una peculiar mezcla de lo universal y lo particular. Sobresalen dos aspectos distintivos. El primero es común a todas las sociedades de la época: la Gran Guerra. El gobierno provisional que intentó reemplazar al régimen zarista en febrero de 1917 insistió en permanecer leal a las potencias de la Entente occidental, Francia y Gran Bretaña, y al nuevo y poderoso aliado representado por los Estados Unidos, y en continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta fue una de las principales fuerzas impulsoras del proceso de radicalización de masas descrito por Trotsky. Los trabajadores y los soldados se unieron a los bolcheviques porque estos se convirtieron en el único partido que estaba decidido a poner fin a la guerra y lo decía en serio, como lo demostró el Tratado de Brest-Litovsk. La oposición de los bolcheviques a la guerra, junto con su apoyo a la toma de las propiedades de la nobleza y la aristocracia por el campesinado, fueron fundamentales para que la Revolución de Octubre pudiera sobrevivir en una sociedad mayoritariamente rural. El propio análisis incisivo de Lenin sobre las condiciones del éxito bolchevique subraya que la toma del poder gozó de “(1) una abrumadora mayoría entre el proletariado; (2) casi la mitad de las fuerzas armadas; (3) una abrumadora superioridad de fuerzas en el momento decisivo en los lugares decisivos, a saber: en Petrogrado y Moscú y en los frentes de guerra cerca del centro “, y que la posterior adopción por los bolcheviques del programa de los social revolucionarios para el campesinado basado en la toma de la tierra les permitió “neutralizar al campesinado”.34
Pero en un contexto más amplio, el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió una época de guerra, revolución y contrarrevolución que sólo terminaría en agosto de 1945. El historiador conservador alemán Ernst Nolte resumió acertadamente esta era como “la Guerra Civil Europea”35. La matanza industrializada en las trincheras había ayudado a muchos trabajadores e intelectuales a perder sus lealtades hacia las clases dominantes existentes. Fuera de Rusia, el ejemplo más dramático lo proporcionó la Revolución alemana de 1918-23. Pero la experiencia de la guerra también tuvo un efecto embrutecedor: muchos veteranos de las tropas de choque de primera línea fueron reclutados por los movimientos fascistas que surgieron como la expresión más oscura de la contrarrevolución después de 1918. En Rusia, la ofensiva contrarrevolucionaria tomó la forma de la terrible Guerra Civil que tuvo lugar entre 1918 y 1921. Esta no solo contribuyó materialmente a la desintegración de la economía industrial rusa y la dispersión de la clase obrera que había hecho la revolución, sino que la eventual victoria bolchevique fue a costa de una militarización general de la sociedad. El propio partido perdió gran parte de sus raíces entre la clase trabajadora. Se convirtió en un partido militar, exigiendo el sacrificio heroico de sus miembros e imponiendo disciplina de arriba hacia abajo como el precio del éxito.36
El segundo rasgo distintivo de octubre de 1917 -y uno que diferencia a Rusia de sus homólogos occidentales- fue la ausencia de una fuerte tradición reformista. El mismo Lenin se refiere a esto en el famoso pasaje de “Comunismo izquierdista” donde escribe: “Fue fácil para Rusia, en la situación específica e históricamente única de 1917, comenzar la revolución socialista, pero será más difícil para Rusia que para los países europeos continuar la revolución y culminarla”.37 En otras palabras, la fuerza de la socialdemocracia depende del nivel de desarrollo de la sociedad en cuestión: el poder atrincherado de la burocracia sindical reformista y sus aliados parlamentarios representan un obstáculo importante para cualquier lucha revolucionaria, pero la conquista del poder en una sociedad avanzada se beneficiaría del nivel relativamente alto de productividad y educación que heredaría del capitalismo.
Este punto es indudablemente correcto. Como es conocido, Antonio Gramsci se refirió a las instituciones mucho más desarrolladas de la sociedad civil en Europa occidental como trincheras que actuaron contra la revolución.38 Pero la importancia de esto puede exagerarse. Incluso en la época de Lenin, la socialdemocracia podía coexistir con cierto nivel de atraso. El propio Gramsci tuvo que lidiar con una forma específica de desarrollo desigual y combinado en Italia, donde un capitalismo industrial relativamente desarrollado en el Norte ofreció a los líderes del movimiento obrero concesiones económicas a cambio de abandonar al campesinado sureño a su suerte a manos del los terratenientes y la iglesia.39 Además, todas las grandes experiencias revolucionarias comparten la aparición muy rápida de las fuerzas reformistas después de la crisis del antiguo régimen. El propio Lenin en el mismo texto señala esto en el caso de Rusia:
“En pocas semanas, los mencheviques y los socialistas revolucionarios asimilaron por completo todos los métodos y maneras, los argumentos y sofismas de los héroes europeos de la Segunda Internacional, de los ministerialistas y otros oportunistas. Todo lo que leemos ahora sobre los Scheidemanns y Noskes, sobre Kautsky y Hilferding, Renner y Austerlitz, Otto Bauer y Fritz Adler, Turati y Longuet, sobre los fabianos y los líderes del Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña, nos parece a todos nosotros (y de hecho es) una repetición lúgubre, una reiteración de un estribillo antiguo y familiar. Ya hemos sido testigos de todo esto en el caso de los mencheviques. Según la historia, los oportunistas de un país atrasado se convirtieron en los precursores de los oportunistas en una serie de países avanzados40.”
Hay muchos ejemplos más recientes de la rápida aparición del reformismo durante los movimientos de masas en sociedades menos desarrolladas. Cuando surgieron movimientos obreros independientes en las economías de reciente industrialización durante la década de 1980, vemos a Solidarność en Polonia abrazando rápidamente la idea de una “revolución autolimitada”, la insurrección proletaria en Brasil cada vez más contenida por la incorporación del nuevo Partido de los Trabajadores a la política electoral, y, durante los últimos días del apartheid, el Partido Comunista de Sudáfrica se desarrolló con sorprendente velocidad como un partido socialdemócrata de masas. Mucho más recientemente, durante la Revolución Egipcia de 2011-13, la Hermandad Musulmana asumió algunas de las funciones de un partido reformista que media entre el estado y las masas, con consecuencias desastrosas tanto para la Hermandad como para la revolución. Estos ejemplos reflejan la tendencia de las luchas de los trabajadores a limitarse, consecuencia de la falta de confianza en sí mismos por parte de trabajadorxs aún profundamente moldeados por la experiencia de explotación y opresión bajo el capitalismo y por lo tanto dispuestxs a encontrar compromisos con el orden existente. Lo que se requiere para superar esta falta de confianza es, como lo demostró en 1917, la experiencia práctica del fracaso de estos compromisos y de la capacidad de los trabajadores autoorganizados para superarlos, y la presencia entre estos trabajadores de un partido revolucionario de masas que ayuda a aprender las lecciones políticas necesarias.
Incluso en Europa occidental, estamos muy lejos de los partidos reformistas obreros, relativamente estables y bien organizados, de la época de Lenin o del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo que vemos son dos fenómenos aparentemente contrapuestos, pero de hecho estrechamente relacionados. Por un lado, otrora partidos poderosos y exitosos pueden suicidarse (el Partido Comunista Italiano) o pueden verse marginados (Pasok en Grecia, el Parti Socialiste en Francia o el Partido de los Trabajadores en Brasil). Por otro lado, nuevas formaciones reformistas pueden emerger muy rápidamente: Syriza en Grecia y Podemos en el estado español son los ejemplos clásicos recientes, pero también existe el extraordinario caso limitado de los laboristas en Gran Bretaña, uno de los partidos socialdemócratas más longevos cuyos líderes se esfuerzan por reinventarlo como un partido anti-austeridad.
Ambos fenómenos son consecuencia del declive a largo plazo de la socialdemocracia, exacerbado por su transformación en liberalismo social en la época de Tony Blair y Gerhard Schröder, y de la forma en que diez años de crisis y austeridad han debilitado las estructuras políticas burguesas. Esto significa que incluso en los centros del capitalismo avanzado los revolucionarios ya no se enfrentan a las formaciones estables reformistas que para Lenin y Gramsci representaban un obstáculo importante para la revolución socialista en Occidente. Por supuesto, las razones de la inestabilidad relativa de la socialdemocracia contemporánea son muy diferentes de aquellas (la represión de la autocracia zarista de todos los desafíos democráticos) que impidieron el desarrollo de un reformismo estable en la Rusia prerrevolucionaria. Sin embargo, como la trayectoria de Syriza -que en cinco años ha pasado de la gran esperanza de la izquierda internacional al gendarme de la Troika- indica que la política reformista contemporánea tiene una fluidez e inestabilidad que puede crear oportunidades para los revolucionarios, si son capaces de responder eficazmente.
En este contexto, vale la pena considerar las dos innovaciones políticas reales ofrecidas por la Revolución de Octubre. El primero de ellos -los soviets y la lógica del poder dual, la coexistencia y el entrelazamiento de dos formas políticas antagónicas, burguesas y proletarias, que su surgimiento generó después de febrero de 1917- demostró ser universal.41 A lo largo del siglo XX, las grandes luchas de masas de la clase trabajadora dieron luz a formas de autoorganización democrática con tendencia a desarrollarse más allá de meros instrumentos de lucha hasta ser la base de una nueva forma de poder político desafiando la soberanía del estado capitalista. En diferentes formas y con diferentes nombres -desde los consejos obreros en Alemania 1918 a los cordones en Chile 1973, pasando por los shoras de los trabajadores en Irán 1978-9- estas improvisaciones organizacionales han dejado entrever la sociedad autogestionada que se desarrollaría a partir de revoluciones obreras exitosas. Los movimientos masivos provocados por la crisis actual -sobre todo, las ocupaciones de las plazas en 2011, desde Tahrir hasta la Puerta del Sol, Syntagma y Zuccotti Park- mostraron una aspiración similar a formas más directas de democracia que las ofrecidas dentro de un marco capitalista, aunque no fueron impulsados ​​por la dinámica de huelga de masas que dio lugar a los soviets originales y sus contrapartes en otros lugares.
La segunda gran innovación fue el propio partido bolchevique. Decir esto contradice el inmenso esfuerzo que Lars Lih ha hecho para negar la distinción política del bolchevismo, argumentando que Lenin era un fiel seguidor de Kautsky que intentó aplicar la concepción de este último de un movimiento socialista a las condiciones rusas.42 Sin entrar aquí en la extensa controversia que la interpretación de Lih ha provocado, señalaría que se basa en una ingenua comprensión premarxista de la historia en la que lo que sucede es la realización de las intenciones de los actores. En otras palabras, concedamos por un momento que Lenin se decidió, de ¿Qué hacer? (1903) en adelante, a crear una versión de la socialdemocracia alemana en la Rusia zarista. El problema era que este proyecto era simplemente irrealizable debido a la ausencia de las condiciones -en particular, el desarrollo de un capitalismo avanzado y en expansión capaz de ofrecer reformas y de un régimen burgués cuasi parlamentario- que permitieron al SPD desarrollarse como un partido de masas participando en las elecciones. La necesidad de la revolución -inicialmente entendida por Lenin como una revolución burguesa para terminar con la autocracia pero que, debido a la debilidad de la burguesía rusa, sería impulsada desde abajo por movimientos masivos de trabajadores y campesinos-, requería un tipo muy diferente de partido. Este fue el tipo de partido cuyo surgimiento fue trazado por Tony Cliff en el primer volumen de su biografía de Lenin.43 Lenin y sus camaradas crearon un partido en circunstancias que ellos no eligieron y, sin intención de hacerlo, crearon algo nuevo.
Una forma de explicar la diferencia es tomar prestada una formulación de Kautsky, quien dijo:
“El partido socialista es un partido revolucionario, pero no un partido que hace revoluciones. Sabemos que nuestro objetivo solo puede lograrse a través de una revolución. También sabemos que es tan poco lo que está en nuestras manos para crear esta revolución como lo está en las de nuestros oponentes para prevenirla. No es parte de nuestro trabajo instigar una revolución o preparar el camino para ella. Y como la revolución no puede ser creada arbitrariamente por nosotros, no podemos decir nada sobre cuándo, bajo qué condiciones o de qué formas vendrá. Sabemos que la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado no puede terminar hasta que este último esté en plena posesión de los poderes políticos y los haya utilizado para introducir a la sociedad socialista. Sabemos que esta lucha de clases debe crecer de manera extensa e intensa. Sabemos que el proletariado debe seguir creciendo en número y ganar en fuerza moral y económica, y que, por lo tanto, su victoria y el derrocamiento del capitalismo es inevitable. Pero podemos tener solo las conjeturas más vagas sobre cuándo y cómo se producirán los últimos golpes decisivos en la guerra social.”44 [énfasis añadido]
En la versión de Kautsky, un partido revolucionario es uno que surfea las profundas mareas de la historia, un producto orgánico del desarrollo del capitalismo y de la lucha de clases que representa la fusión progresiva de la ideología socialista y el movimiento obrero. Como dice Shandro, el marxismo de la Segunda Internacional asumió “que el crecimiento de las fuerzas productivas determina la dirección de la historia, que las condiciones materiales e intelectuales del socialismo se desarrollan en paralelo, y que la teoría marxista y el movimiento de la clase obrera se fusionan armoniosamente” .45 La práctica del bolchevismo implica precisamente una ruptura con esta suposición de “fusión armoniosa”: como Lenin lo retrata retrospectivamente en “Comunismo izquierdista”, el éxito de los auténticos revolucionarios depende de la lucha implacable de las diferentes tendencias políticas que Kautsky evadió en el SPD -incluyendo, como Trotsky enfatiza en Lecciones de Octubre, el tipo de intensos debates que tuvieron lugar entre los activistas bolcheviques y dentro del liderazgo del partido durante y después de la revolución.
Pero, más que eso, los bolcheviques fueron un partido revolucionario en el sentido de que intervinieron activamente en la lucha de clases para ayudar a configurar y dirigir el proceso revolucionario. Podemos ver esto más claramente cuando organizaron insurrecciones -primero el levantamiento de Moscú en diciembre de 1905 y luego, por supuesto, la toma del poder en octubre de 1917. Los escritos de Lenin en el otoño de 1917 no muestran ninguna garantía de que “el derrocamiento del capitalismo sea inevitable”. Por el contrario, están llenos de un sentido de urgencia y de la insistencia en que, si los bolcheviques no aprovechan el momento, ellos y la clase trabajadora se verán abrumados por la catástrofe contrarrevolucionaria.46 Pero en muchos aspectos fue más importante el proceso entre abril y octubre, cuando los bolcheviques se dispusieron sistemáticamente a ganar la mayoría de la clase obrera. Lenin lo explicó en sus Tesis de abril:
“Hay que hacer ver a las masas que los Soviets de Diputados Obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, y que, por lo tanto, nuestra tarea es, mientras este gobierno ceda a la influencia de la burguesía, presentar una explicación paciente, sistemática y persistente de los errores de sus tácticas, una explicaciónespecialmente adaptada a las necesidades prácticas de las masas.47”
Ganarse a la mayoría también implicó el uso de lo que luego se llamaría el frente único. Por ejemplo, en agosto de 1917 los bolcheviques se unieron a los mencheviques y Socialistas Revolucionarios, que anteriormente habían estado persiguiendo a los bolcheviques como agentes alemanes, para detener el intento de golpe militar del general Kornilov. La vida democrática y abierta del Partido Bolchevique le permitió reflejar la creciente radicalización de los trabajadores y los soldados y encauzarla en la dirección de la toma del poder. Pero esto no significa que estos debates estuvieran abiertos a cualquier objeción. El tema central en juego en el otoño de 1917 era si organizarse para tomar el poder o no. Los argumentos de Lenin y Trotsky para la insurrección (su enfoque se diferenció en cuanto a la táctica, y el juicio de Trotsky en general resultó mejor) fueron opuestos públicamente por un grupo dirigido por Zinoviev y Lev Kamenev. Eventualmente, su oposición fue superada por un ultimátum de la mayoría del Comité Central amenazándolos con medidas disciplinarias. Un partido que hace revoluciones no puede funcionar si los debates no se resuelven, al menos provisionalmente, y si la minoría no respeta las decisiones de la mayoría.48
La base intelectual para la estrategia seguida por los bolcheviques fue la teoría del imperialismo que Lenin había desarrollado durante los años de la guerra. Por lo tanto, escribió en un texto clave en abril de 1917: “Estamos decididos a poner fin a la guerra imperialista mundial en la que se han congregado cientos de millones de personas y en la que están involucrados los intereses de miles de millones de millones de capital, una guerra que no puede terminar en una paz verdaderamente democrática sin la mayor revolución proletaria en la historia de la humanidad “.49 Como señala Krausz, este análisis reubicó las contradicciones de la sociedad rusa dentro de las transformaciones sufridas por el capitalismo a nivel global: el surgimiento de bloques capitalistas monopólicos y su competencia, que generó rivalidades interimperialistas susceptibles de producir guerras mundiales a las que la revolución socialista fue la única respuesta. Esto justificó el impulso del poder soviético en Rusia como el comienzo de un proceso revolucionario global en el que una nueva Internacional Comunista buscaría unir la insurgencia de los trabajadores y las revueltas nacionalistas en las colonias. Perseguir este objetivo requirió la generalización del modelo bolchevique de un partido que hace revoluciones.50
El problema es que esta innovación resultó mucho más difícil de exportar que los soviets, que los trabajadores han redescubierto una y otra vez de forma espontánea siguiendo la lógica de sus luchas de masas. En sus comienzos, la Comintern representó un intento heroico de hacer exactamente eso, a gran velocidad. Pero como Cliff también muestra en su biografía de Lenin, resultó extremadamente difícil injertar lo que era genuinamente nuevo sobre la estrategia y organización bolchevique en las especificidades nacionales de las diferentes tradiciones socialistas. No fue fácil sustituir el largo y duro proceso mediante el cual los bolcheviques se formaron a través de períodos de lucha de masas y de reacción, en medio de la represión y el exilio, creando tradiciones de acción común, un debate sólido y confianza mutua que demostraron su valía en 1917. El poder y el prestigio de los bolcheviques después de la revolución demostraron ser un obstáculo crucial para una verdadera internacionalización, ya que alentaban una tendencia de las direcciones nacionales a ceder ante Moscú en lugar de decidir por ellos mismos la estrategia y táctica apropiada a su situación, tratando los consejos de los bolcheviques con respeto pero no como instrucciones. La tendencia se institucionalizó a través de la “bolcheviquización” del Komintern bajo Zinoviev a mediados de la década de 1920 y luego se transformó en la subordinación sistemática de los partidos comunistas nacionales a las necesidades de política exterior del estado soviético bajo Stalin.
El fracaso de la revolución para extenderse hacia el oeste permitió que el proceso de desarrollo desigual y combinado -que había creado las condiciones para la revolución en 1905 y 1917- ahora se revirtiese y favoreciera la contrarrevolución. La lógica de la competencia interestatal en el corazón del análisis de Trotsky de las peculiaridades del desarrollo ruso siguió exigiendo una industrialización rápida. La reimposición de este imperativo requirió la destrucción de los logros de la Revolución de Octubre. Esto tomó una forma muy específica, una que desorientó a la izquierda durante dos generaciones, no el derrocamiento visible del estado soviético, sino la transformación del régimen bolchevique, que a principios de la década de 1920 era una dictadura partidaria cuyos líderes estaban atrapados entre un compromiso subjetivo con el poder de la clase trabajadora y su ubicación objetiva como gerentes de un estado enfrentado a las grandes potencias imperialistas más avanzadas más al oeste. Como Marx hubiera predicho, el ser social triunfó sobre la conciencia: la industrialización forzada de Rusia a fines de la década de 1920 y principios de 1930 sometió a los trabajadores y campesinos a las prioridades de acumulación de capital y transformó a la URSS en una potencia imperialista por derecho propio, atrapada en el proceso global de competencia económica y geopolítica bajo la bandera de “la construcción del socialismo”.
En su juiciosa y erudita historia reciente de la era revolucionaria rusa, Steve Smith sugiere que este resultado indica que el proyecto bolchevique fue malinterpretado. Con aprobación, cita las advertencias del líder socialista francés Jean Jaurès y Kautsky en contra de la posibilidad de que la revolución socialista pueda surgir de la guerra, y agrega:
“Los bolcheviques nunca dudaron de que un sistema capitalista decadente colapsaría más temprano que tarde … Cien años después … está claro que la Revolución Rusa no llegó a existir debido a la crisis terminal del capitalismo … Durante el siglo XX, el capitalismo mostró un inmenso dinamismo e innovación … aun cuando concentraba una inmensa riqueza en unas pocas manos y creaba nuevas formas de alienación.”51
Este argumento parece basarse en otra idea de Kautsky, a saber, que la Primera Guerra Mundial no fue en sí misma una consecuencia del desarrollo del capitalismo, que podría evolucionar pacíficamente hacia un “ultraimperialismo” globalmente integrado.52 Esto ignora el hecho de que años después de la Revolución de Octubre, el capitalismo experimentó lo que todavía es la peor crisis en su historia: la Gran Depresión de 1929-39. Escribiendo en 1934, el economista liberal Lionel Robbins tenía perfectamente claro que 1914 y 1929 estaban estrechamente conectados: “Vivimos, no en el 4º, sino en el 19º año de la crisis mundial”.53 Y el capitalismo salió de esta crisis a través de otra guerra mundial imperialista aún más destructiva, con el Holocausto marcando el punto más bajo de la humanidad. La apuesta de Lenin, de que la revolución socialista en Rusia podía derrocar a todo el coloso imperialista, de haber tenido éxito, hubiera evitado esta orgía de barbarie. Le gustaba citar el dicho alemán: “Mejor un final horrible que un horror sin fin [Besser ein Ende mit Schmerzen als Schmerzen ohne Ende]”.
El propio Smith está dispuesto a tomar en serio esas historias alternativas. La siguiente crítica a Lenin tiene un giro interesante:
“Crucialmente, legó una estructura de poder que favorecía a un solo líder, y esto hizo que las ideas y capacidades del líder fueran mucho más importantes que en un sistema político democrático. Lo que esto lógicamente implica -aunque a menudo lo pasan por alto quienes ven que el estalinismo surge del leninismo- es que si Bujarin o Trotsky se hubieran convertido en secretario general, los horrores del estalinismo no se habrían cumplido, aunque el atraso económico y el aislamiento internacional todavía habrían limitado críticamente su espacio para la maniobra.54”
Pero un “y si…” aún más grande es qué habría pasado si la revolución hubiera podido romper su confinamiento dentro de las fronteras del Imperio ruso. Sobre todo, ¿y si la Revolución Alemana se hubiera desarrollado más allá de los límites de derrocar al Kaiser e instituir una república democrática? El período 1918-23 en Alemania vio una serie de pasos hacia delante y hacia atrás de las fuerzas que luchaban por un Octubre alemán, que terminó en una derrota definitiva. Pero si nos negamos a aceptar una visión determinista de la historia y estamos dispuestos a imaginar escenarios alternativos para el régimen bolchevique, lógicamente no hay razón para descartar la posibilidad de un avance revolucionario fuera de Rusia. Y si eso hubiera sucedido, entonces la historia del siglo 20 habría sido muy diferente.55 Perder las delicias del capitalismo de consumo habría sido un pequeño precio a pagar para evitar Auschwitz e Hiroshima y comenzar a construir una sociedad genuinamente comunista.
Conclusión
Pero, por desgracia, la revolución fue derrotada. Esto nos lleva a donde empezamos, con el “final de un gran ciclo” de Bensaïd. La Unión Soviética finalmente fue víctima de la misma lógica de la competencia económica y geopolítica que la formó en primer lugar. Pero, en parte debido a la inversión ideológica de gran parte de la izquierda -incluso muchos de los críticos del estalinismo- en la URSS como una alternativa, aunque deformada y distorsionada, al capitalismo, las revoluciones de 1989-91 amplificaron en gran medida la ofensiva neoliberal. Pero ahora el capitalismo neoliberal en sí mismo está en una crisis profunda, no solo por el colapso de 2007-8 y sus secuelas, sino también por las revueltas contra los partidos de la clase dominante. Esto proporciona un contexto favorable para reafirmar que la Revolución de Octubre continúa teniendo un significado en el presente.
No simplemente porque representa el mayor golpe político jamás golpeado al sistema del capitalismo. Más específicamente, toda la experiencia del bolchevismo debe seguir siendo un punto de referencia fundamental para quienes buscan continuar la tradición marxista revolucionaria. Esto no implica el tipo de imitación mecánica que el propio Lenin denunció, especialmente en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista en 1922. Trotsky, paladín de las “Lecciones de octubre”, siempre insistió en que seguir una tradición implica un proceso de selección de lo que aún se puede usar del pasado. Las grandes experiencias revolucionarias al final de la Primera Guerra Mundial -no solo Rusia 1917 sino Alemania 1918-23 e Italia 1918-20- requieren un atento estudio crítico, no como un ejercicio de anticuario, sino para establecer las verdaderas causas de los triunfos y fracasos de esa época y de ese modo aprender a ser mejores revolucionarios en el presente.
En el caso ruso, el funcionamiento del desarrollo desigual y combinado en el contexto de la guerra mundial imperialista hizo posible una fusión de lo universal y lo particular -sobre todo, de una tendencia universal a las luchas de los trabajadores de masas para crear situaciones de doble poder y la existencia particular de un partido revolucionario capaz de aprovechar esa situación. ¿Se puede repetir una convergencia tan singular? La apuesta de la política marxista revolucionaria es que sí se puede. La unión de la autoorganización popular y un partido revolucionario de masas ciertamente tendrá lugar en condiciones muy diferentes y bajo formas muy diferentes a las que prevalecieron en Rusia en 1917. Pero, por grandes que sean las victorias que estas nuevas experiencias puedan producir, no atenuarán la luz que irradia desde el 25 de octubre de 1917, cuando la clase obrera rusa demostró que se puede derrotar al capital, y cómo.
Alex Callinicos es profesor de Estudios Europeos en King’s College London y editor de la revista cuatrimestral International Socialism.
Notas
1 Sobre la realidad del levantamiento de Pascua y las hipocresías que lo rodean, véase Allen, 2016. La Revolución Inglesa de 1640 es, como octubre de 1917, ampliamente rechazada por la elite política y, gracias a la victoria del “revisionismo” entre los historiadores académicos, tergiversada como una disputa religiosa y constitucional. La represión historiográfica más amplia de las grandes revoluciones es criticada en Haynes y Wolfreys (eds), 2007. Muchas gracias a Joseph Choonara, Kevin Corr, James Eaden, John Rose y Camilla Royle por sus comentarios sobre este artículo en borrador.
2 Osborn, 2005.
3 Matthews, 2017.
5 Figes, 1996, y especialmente Pipes (ed), 1996. La escolaridad de Pipes es destrozada en Lih, 2001.
6 Brenton (ed), 2016.
7 Figes, 2016, p141. La excepción en esta muy pobre colección es una evaluación característicamente incisiva del contexto geopolítico por Dominic Lieven-Lieven, 2016.
8 Fitzpatrick, 2017 y Brenton, 2017.
9 Harvey, 2014, p91.
10 Hobsbawm, 1994, pp4 y 9.
11 Hobsbawm, 1994, p498. Las ambivalencias históricas, políticas y personales de Hobsbawm son escrutadas en detalle forense por Perry Anderson en revisiones vinculadas de Age of Extremes y la autobiografía de Hobsbawm 2002 Interesting Times-Anderson, 2002a y 2002b.
12 Bensaïd, 2003a. Este texto se originó en los debates entre la Ligue Communiste Révolutionnaire (Francia) y el Partido Socialista de los Trabajadores (Gran Bretaña) en el apogeo del movimiento anticapitalista a principios de la década de 2000. Daniel lo escribió en diciembre de 2002 como una carta dirigida a mí y firmada conjuntamente por otros líderes de LCR (Léon Crémieux, François Duval y François Sabado); mi traducción al inglés fue publicada en el International Socialist Tendency Discussion Bulletin n. ° 2, enero de 2003.
13 Cliff, 2003, Harman, 1990, y Callinicos, 1991.
14 Ver el admirable relato de la revolución en Sherry, 2017.
15 Trotsky, 1975, pp202 y 203.
16 Ver especialmente Broué, 2004, Harman, 1983 y Riddell (ed), 2015.
17 Por ejemplo, Bensaïd, 2002, y Bensaïd, 2003b. Vea mi discusión del pensamiento político de Bensaïd, que enfatiza la importancia de Lenin para él, en Callinicos, 2012.
18 Lih, 2006, Shandro, 2014, Krausz, 2015, Ali, 2017 y Molyneux, 2017. Podría decirse que este “renacimiento de Lenin” comenzó con la conferencia sobre Lenin organizada en Essen en 2001 por Slavoj Žižek: los documentos (incluidas las contribuciones de Bensaïd y yo) se recogen en Budgen, Kouvelakis y Žižek (eds), 2007.
19 Žižek (ed), 2002, ofrece probablemente su discusión más completa de Lenin, junto con una útil selección de los textos de este último de 1917. Para algunas críticas a la apropiación de Lenin por Žižek, ver Callinicos, 2001, pp391-397, y Callinicos, 2007 .
20 Luxemburgo, 1908.
21 Addison, 1977, Fenby, 2011, capítulo 16.
22 Cliff, 1963
23 Krausz, 2015, p363.
24 Krausz, 2015, p89. El desarrollo del pensamiento de Lenin antes de 1917 y particularmente su comprensión evolutiva de la cuestión agraria se exploran en detalle en Shandro, 2014.
25 Trotsky, 2017, p5. Véase también Trotsky, 1973. Marshall Poe ofrece una perspectiva histórica algo similar, argumentando que, desde el siglo XVI en adelante, el estado ruso pudo defenderse de la dominación europea explotando su lejanía geográfica e imponiendo automáticamente reformas modernizadoras basadas en su modelo occidental más avanzado. rivales-Poe, 2003.
26 Trotsky, 2017, p4.
27 Para estos y muchos más datos sobre la economía política de la Rusia imperial tardía, ver Smith, 2017, capítulo 1.
28 Stone, 1983, pp86-87. Ver más en general los dos brillantes capítulos iniciales de este libro.
29 Stone, 1983, p144.
30 Tres importantes estudios históricos recientes, Clark, 2013, Tooze, 2014 y Lieven, 2015, subrayan el importante papel desempeñado por Rusia en el estallido y el curso de la Primera Guerra Mundial. El libro de Tooze es inusual en la seriedad de la teoría y estrategia bolchevique. Stone, 2008, es un relato clásico de la guerra de Rusia.
31 Smith, 1983, y Murphy, 2005, ofrecen dos estudios fundamentales de los trabajadores metalúrgicos rusos; para Occidente, ver Broué, 2004, Hinton, 1973, y Gluckstein, 1985.
32 Trotsky, 2017, pxvi.
33 Rabinowitch, 2017, p311. Cabe destacar que Rabinowitch no es de ninguna manera un apologista de los bolcheviques, ya que es muy crítico con la oposición de Lenin y Trotsky a formar un gobierno de coalición de todos los partidos en el soviet, aunque esto habría asegurado la victoria del contraataque. -revolución sobre un régimen soviético paralizado por sus divisiones internas.
34 Lenin, 1964c, pp262 y 263.
35 Nolte, 1987.
36 Para una imagen bastante justa de la Guerra Civil, ver Smith, 2017, capítulo 4. Ver también, para reflexiones más amplias sobre el poder formativo de la violencia contrarrevolucionaria en el desarrollo del terror revolucionario, Mayer, 2000, y, para una defensa de los bolcheviques, Rees, 1991. Pirani, 2008, es un estudio reciente de la creciente alienación de los bolcheviques de la clase trabajadora a principios de los años veinte.
37 Lenin, 1964d, p64.
38 Gramsci, 1975, II, pp865-867.
39 Especialmente Gramsci, 1978.
40 Lenin, 1964d, p30.
41 Véase Callinicos, 1977, y Gluckstein, 1985.
42 Véase la extensa bibliografía y crítica de la interpretación de Lih sobre Lenin en Corr y Jenkins, 2014.
43 Cliff, 1975-8
44 Kautsky, 1909, p50.
45 Shandro, 2014, p99.
46 Esto se ve muy claramente en los textos recogidos en Žižek (ed), 2002.
47 Lenin, 1964a, p23. Ver Corr, 2017, para una crítica del intento de Lih de disminuir la importancia de las Tesis de abril.
48 Este proceso se describe en detalle en Rabinowitch, 2017 (ver p.310-11 para el ultimátum).
49 Lenin, 1964b, p88.
50 Callinicos, de próxima aparición.
51 Smith, 2017, pp391-392.
52 Kautsky, 2011.
53 Robbins, 1934, p1.
54 Smith, 2017, p388.
55 Harman, 1983.
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LA REVOLUCIÓN HUÉRFANA – ¿QUÉ QUEDA DE OCTUBRE 1917?
1917 - when workers shook the world
Alex Callinicos (publicado originalmente en International Socialism journal el 13 de octubre de 2017 http://isj.org.uk/the-orphaned-revolution/)
Muchas de las grandes revoluciones de la era moderna continúan celebrándose. Así es, por ejemplo, con las revoluciones Americana y Francesa, que tienen sus días nacionales (respectivamente, el 4 y 14 de julio); el Levantamiento de Pascua en Irlanda, cuyo centenario fue profusa (e hipócritamente) commemorado el año pasado; o la Revolución China de 1949, en la que el Partido Comunista en el poder basa su legitimidad.1 Pero la Revolución Rusa de Octubre 1917 es huérfana. Su centenario está transcurriendo con poco que se asemeje a una celebración. Esto contrasta con el 50 aniversario en 1967, que soy suficientemente viejo para recorder. Incluso en Occidente se reconocía, a regañadientes, que la revolución era un acontecimiento histórico de importancia mundial.
El aniversario de 1967 tuvo lugar durante la Guerra Fría. La relevancia de Octubre de 1917 era obvia ya que uno de los dos rivales en aquel conflicto, la Unión Soviética, basaba su legitimidad en esta revolución. Pero 25 años más tarde ya no había URSS. Es sabido que Vladimir Putin, quien ha controlado el estado que la sucedió, la Federación Rusa, dijo a la Duma en 2005: “El colapso de la Unión Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo”.2 Pero esto no quiere decir que sea un entusiasta de su supuesta fundación. Según Owen Matthews:
“[Putin] reverencia la Unión Soviética, a la que sirvió como miembro del Partido Comunista y oficial de la KGB, pero aborrece el alzamiento popular que la creó. En años recientes el Kremlin ha utilizado retazos de la historia rusa para fortalecer la legitimidad de Putin, levantando estatuas al Príncipe Vladimir de Kiev e Iván el Terrible y reescribiendo libros de historia para mostrar a Stalin como un líder heroico en lugar de un asesino de masas. Sin embargo, el partido no tiene ninguna línea moderna sobre la revolución – no hay versión ‘oficial’ o ‘patriótica’. El Primer Ministro anterior a la revolución, el conservador Pyotr Stolypin -famoso por ahorcar revolucionarios con las ‘corbatas Stolypin’- es probablemente lo más parecido a un héroe oficial de ese período. Stolypin fue elegido ‘rusa más grande de la historia’ en un programa de TV en 2008 (se descubrió que la encuesta estaba trucada: Stalin recibió más votos).
Como Stolypin, Putin es ante todo un imperialista ruso, y un creyente en extirpar toda oposición de raíz. Putin ha dicho claramente que considera a los Bolcheviques que derrotaron al estado peligrosos traidores. Lenin y sus revolucionarios profesionales ‘traicionaron los intereses nacionales de Rusia’, dijo a una conferencia anual de jóvenes activistas organizada por el Kremlin en 2015. Los Bolcheviques ‘anhelaban ver su patria derrotada mientras heroicos soldados y oficiales rusos derramaban sangre en el frente de la Primera Guerra Mundial’. La revolución, para Putin, hizo que ‘Rusia colapsase como estado y se diese por vencida’…
Sin duda, la Rusia de Putin se asemeje en muchas maneras al tipo de país que la Guardia Blanca habría construido si ellos, y no los Rojos, hubiesen ganado la guerra civil rusa. El conservadorismo social de Putin, su utilización de la iglesia para ganar legitimidad y su intolerancia a la disconformidad son una versión actualizada de la fórmula de la época zarista de ‘autocracia, Ortodoxia y voluntad popular’. Quizá fuese Boris Yeltsin quien revirtió la revolución al deponer al Partido Comunista, pero es Putin quien ha llevado el círculo del siglo de vuelta al principio. Putin ha restaurado la Santa Rusia: una sociedad donde dirigente e iglesia están unidos, donde oposición es traición y donde la policía secreta está en guardia a la espera del menor atisbo de descontento”.3
En Occidente, miedo y paranoia hacia Rusia siguen vivos, como la histeria provocada por los tratos de Donald Trump con Moscú ha demostrado. Richard Painter, principal abogado ético de George Bush (una tarea que debe haberle dejado tiempo de sobra para sus estudios históricos), rastreó el origen de estos sentimientos hasta 1917: “sabemos lo que los rusos han estado haciendo, llevan haciéndolo desde la Revolución Rusa de 1917, cuando los comunistas empezaron a querer desestabilizar las democracias occidentales… Y ha continuado hasta 2017”.4 Pero estas reminiscencias de la Guerra Fría no han despertado mucho interés en Octubre de 1917.
En el mundo académico, los esfuerzos desencadenados por la radicalización de los 60 y 70 por desarrollar una interpretación social de la revolución han sido reprimidos. El consenso académico retrata Octubre de 1917 como un golpe retrógrado que condenó a Rusia al caos y el totalitarismo, ya sea expresado en lo que pretende ser “historia social”, como es el caso del execrable A People’s Tragedy de Orlando Figes, o tomando la forma de la narrativa política más convencional encontrada en las obras del veterano anti-Lenin Richard Pipes.5
Una reciente colección titulada Historically Inevitable? Turning Points of the Russian Revolutio (¿Históricamente inevitable? Puntos de inflexión de la Revolución Rusa)6, ejemplifica este consenso. Editado por Tony Brenton, quien fuera embajador británico en Moscú, la postura del libro está clara desde el principio: el epígrafe es una cita del gran poeta Aleksandr Pushkin: “Revuelta rusa, sin cabeza y sin piedad”. El punto más bajo por una vez no viene de la mano de Pipes, sino que se encuentra en un ensayo de Edvard Radzinsky que lamenta el martirio del zar Nicolás II y su familia. Figes  dedica el suyo en su totalidad a expresar tristeza y decepción ante el hecho de que una patrulla de policía en Petrogrado el 24 de octubre de 1917 tomó a Lenin, que iba disfrazado de camino al soviet en el instituto Smolny, por un “borracho inofensivo”; si le hubiesen identificado, “la historia habría progresado de una forma muy distinta”7. Revisando la colección, Sheila Fitzpatrick, una sobresaliente historiadora de la era soviética, se quejó levemente de que la propia contribución de Brenton olía a “un triunfalismo de mercado libre que, como ‘el fin de la historia’ de Fukuyama, no resiste el paso del tiempo”, a lo que Brenton respondió que esto era como ser acusado de “triunfalismo porque la tierra es redonda”.8 Tal es la vanidad del centro neoliberal extremo incluso cuando se aproxima su merecido.
Pero el silencio en torno a Octubre 1917 también afecta a la izquierda. David Harvey es indudablemente uno de los más destacados intelectuales marxistas vivos, cuyos textos y charlas online han desempeñado un papel importante atrayendo interés en la obra de Marx. Pero si consultamos una reciente y popular exposición de la crítica de Marx que no sólo se preocupa por lo que Harvey llama “las 17 contradicciones del capitalismo” sino de explorar cómo una alternativa política podría desarrollarse, no hallaremos mención de Lenin y 1917. Harvey brevemente menciona el escenario donde, mientras las desigualdades aumentan, “un movimiento anticapitalista y revolucionario, organizado y consciente de sí mismo (dirigido, para los Leninistas, por un partido) se alzará”, sólo para desdeñarlo como “demasiado simple, si no fundamentalmente deficiente”.9
Harvey siempre ha mantenido sus distancias con el Leninismo, pero otros intelectuales marxistas relacionados con tradiciones que tomaron Octubre de 1917 como su punto de referencia han sugerido que el colapso de la Unión Soviética y sus satélites en 1989-91 dibujó una línea que separa a la izquierda contemporánea de la experiencia de la Revolución Rusa. El gran historiador Eric Hobsbawm, fiel al Partido Comunista de Gran Bretaña hasta su desaparición al final de los 80, escribió un libro titulado El corto siglo XX 1914-1991. El mensaje implícito fue que la época abierta por la Revolución Rusa había terminado. De hecho, Hobsbawm argumentó que: “El mundo que se fragmentó a fines de la década de 1980 fue el mundo modelado por la Revolución Rusa de 1917”, y describió el presente como “el mundo que sobrevivió al final de la Revolución de Octubre”. Pero el verdadero tema de Hobsbawm demuestra ser el capitalismo global, sus grandes crisis en los comienzos y finales del siglo XX, y la dilatada expansión entre ellos, en comparación con la cual “la historia del enfrentamiento entre el “capitalismo” y el “socialismo” probablemente parecerá de interés histórico más limitado -comparable, a largo plazo, a las guerras de religión de los siglos XVI y XVII o las Cruzadas”.10
Esta equivocación probablemente está relacionada con la problemática relación de Hobsbawm con su propio pasado comunista -reflejada en su evaluación final de la experiencia rusa: “La tragedia de la Revolución de Octubre fue precisamente que sólo pudo producir su tipo de despiadado, brutal socialismo dirigido”.11 Al contrario, negar que el Stalinismo fue el resultado inevitable de la Revolución de Octubre es una de las características definitorias de la tradición trotskista. Daniel Bensaïd fue, hasta su muerto en 2009, uno de los principales exponentes de esta tradición, por lo que es interesante ver que hizo propio el planteamiento de Hobsbawm del “corto siglo XX”:
“Estaba claro que la unificación de Alemania, la desintegración de la Unión Soviética, el final de la Guerra Fría, etc., marcaron el final de un gran ciclo que empezó con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Si uno acepta la noción aproximada de “el corto siglo XX”, se trataba entonces de un punto de inflexión histórico que necesariamente se traduciría más o menos rápidamente en una reorganización del paquete geopolítico, sino también en redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes en el movimiento de los trabajadores.12”
¿Qué queda de Octubre?
¿Pero qué significa exactamente hablar de “el final de la Revolución de Octubre”? Claramente, como Bensaïd dice, 1989-91 desencadenó una transformación geopolítica, el colapso del bloque rival al capitalismo occidental, que dejó libre de obstáculos la hegemonía global de los Estados Unidos. A su vez, esto hizo posible la generalización de los regímenes de economía neoliberal impulsados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan al comienzo de los 80. El neoliberalismo fue exportado al tercer mundo gracias a la crisis de la deuda precipitada por el brusco aumento en las tasas de interés y el dólar.
Bensaïd también menciona “redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes del movimiento obrero”. La creación de la Internacional Comunista en 1919 fue el fruto de los esfuerzos de los Bolcheviques para extender la Revolución de Octubre. El fracaso de esta estrategia facilitó el ascenso al poder de Stalin y la transformación de los partidos comunistas en instrumentos de la política exterior de Moscú. Consecuentemente, el destino de una sección importante del movimiento obrero -de la que formaron parte muchos de los mejores militantes durante varias generaciones- estaba atado al del estado soviético. El decline de este -y los conflictos entre Moscú y Beijing por el liderazgo del movimiento comunista- contribuyeron a la descomposición del movimiento, si bien cada vez más este se debió a la aceptación por parte de estos partidos de políticas reformistas que en nada se diferenciaban de las de sus rivales socialdemócratas. El colapso de la URSS aceleró este proceso, especialmente con el suicidio del PC Italiano, el más importante en Occidente. Hoy en día quedan un puñado de CPs que todavía cuentan -los ultra-stalinistas PC Griego y Portugués, el Partido Comunista de la India (Marxista), que ha perdido sus feudos electorales, y el PC de Sudáfrica, cuyo destino ha estado atado durante 50 años al del Congreso Nacional Africano, sumido en una crisis cada vez mayor.
Por lo tanto, podemos decir que 1989-91 marcó un punto de inflexión en procesos de largo recorrido -la reorganización neoliberal del capitalismo global bajo la supervisión de los EU y la caída del movimiento comunista. ¿Significa esto que Octubre 1917 no tiene nada que ofrecernos? ¿La implosión del bloque soviético ha cegado la luz que un día irradió Octubre? Cómo respondemos esta pregunta, en parte, dependerá de si estamos de acuerdo con Hobsbawm y equiparamos la Revolución con el Stalinismo. Por supuesto, es el principio fundacional de esta corriente rechazar esta equiparación. Para nosotros, la transformación stalinista de la URSS al final de los 20 y al principio de los 30 -industrialización forzada y colectivización de la agricultura- no significó la construcción del socialismo, sino la consolidación de una contrarrevolución. Una nueva clase dominante, la burocracia central en el partido y el estado, llegaron para dominar y explotar a una clase trabajadora atomizada a la que, bajo la presión de competición militar con los poderes imperialistas occidentales, sometió a la lógica de acumulación de capital. Los alzamientos de 1989-91, por tanto, no representaron una restauración del capitalismo, sino, en palabras de Chris Harman, un movimiento lateral, deuna forma de capitalismo (capitalismo de estado burocrático) a otra (el tipo de capitalismo de mercado que prevalece en la era neoliberal).13
Este análisis presupone que Octubre 1917 fue una auténtica revolución obrera, y que por tanto el consenso de la élite que la retrata como un golpe es incorrecto.14 Pero entonces, ¿qué tipo de luz emana Octubre? ¿Ofrece simplemente inspiración revolucionaria o tiene un significado estratégico más específico? Examinemos lo que Trotsky escribió en 1924, en su pequeño libro Lecciones de Octubre:
“Es indispensable que todo el partido, y especialmente para las generaciones más jóvenes, estudien y asimilen paso a paso la experiencia de Octubre, que puso el pasado a prueba de forma definitiva, incontestable e irrevocable y abrió de par en par las puertas del futuro… Para el estudio de las leyes y métodos de la revolución proletaria no existe, por ahora, una fuente más importante y honda que nuestra experiencia de Octubre.”
Lecciones de Octubre tenía un propuesto polémico: el Partido Comunista Alemán había fracasado al intentar tomar el poder en octubre de 1923 y Trotsky estaba intentando responsabilizar por ello a sus rivales políticos entre los Bolcheviques, particularmente Grigori Zinoviev, presidente de la Kominterm. Pero los argumentos que desarrolla en el libro tienen mayor alcance,  y es innegable que la práctica política de Trotsky estuvo guiada por su visión de Octubre 1917. Su Historia de la Revolución Rusa es una crónica sin parangón de todo el proceso. El interés en los primeros años de la Kominterm yace en los esfuerzos de los líderes de la Revolución Rusa, sobre todo Lenin y Trotsky, en transmitir su experiencia y explicar sus lecciones a los líderes de los nuevos partidos comunistas, especialmente en Alemania. La pertinencia de esta experiencia. La pertinencia de esta experiencia, claro está, no ha eludido a posteriores revolucionarios. El pensamiento y estrategia de alguien como Bensaïd, a pesar de su aceptación del fin de un ciclo, han estado marcados por los textos de Lenin.17
En los últimos años ha tenido lugar una recuperación de la figura de Lenin, empezando con la exhaustiva operación de rescate de Lars Lih de ¿Qué hacer?, y extendiéndose a un interesante estudio de Alan Shandro, la mayor biografía intelectual de Tamás Krausz (ganadora de los 2015 Isaac y Tamara Premio Deutscher Memorial), las elegantes reflexiones de Tariq Ali y la presentación de un Lenin para hoy de John Molyneux18. El libro de Molyneux está asentado firmemente en la tradición de la corriente Socialismo Internacional. Pero el resto de este cuerpo de escritura concentran sus esfuerzos principalmente en rescatar a Lenin de las caricaturas a las que el consenso académico le ha sometido y devolverle el lugar que le corresponde en la historia del marxismo, no para explorar su relevancia en el presente. La principal excepción reciente a esto, a parte del libro de Molyneux, viene de la mano de Slavoj Žižek, pero el “leninismo” de Žižek es demasiado peculiar y impregnado de sus tribulaciones filosóficas  como para ofrecer una política reconocible.19
Así pues, ¿mantiene la Revolución de Octubre un significado universal y sigue ofreciendo lecciones para socialistas de todo el mundo, como Trotsky defendió? Hay una razón fundamental por la que deberíamos responder: sí. Existe un debate aún más antiguo en la izquierda, que se remonta a las controversias revisionistas de la socialdemocracia alemana a finales del siglo 19, acerca de si el capitalismo puede transformarse gradualmente o no: “¿Reforma o revolución?”, en las palabras de Rosa Luxemburgo. En la actualidad estamos presenciando el auge de nuevas formaciones reformistas de izquierdas. Los líderes del Partido Laborista en Gran Bretaña, Jeremy Corbyn y John McDonnell, optan por la Reforma en el dilema planteado por Luxemburgo20. Con honestidad y consistencia, mantienen que la sociedad británica puede transformarse dentro del marco constitucional de la democracia parlamentaria. Lo mismo hacen los líderes de las otras principales corrientes de la izquierda en Europa – La France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon, Podemos y Syriza.
El problema es que un repaso de las experiencias históricas no se salda con un solo ejemplo de un gobierno reformista de izquierdas que haya tenido éxito. El gobierno laborista más importante -la administración de Clement Attlee entre 1945 y 1951- implementó reformas de gran envergadura, pero tanto la consolidación del estado del bienestar como la nacionalización de industrias básicas formaban parte del consenso adoptado por la élite tras la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Charles de Gaulle21, que tenía poco de radical, introdujo medidas semejantes entre 1944 y 1946. El patrón de los gobiernos socialdemócratas es que se vean obligados a abandonar las propuestas de reforma por las que fueron elegidos, sucumbiendo a una combinación de presión de los mercados financieros y sabotaje de la burocracia estatal y el mundo de los negocios. Si no pasan por el aro, se les destroza. El paradigma moderno es el golpe militar chileno de 1973, que depuso a la Unidad Popular de Salvador Allende. Pero la derrota de Syriza en julio de 2015 revela una nueva manera de someter a un gobierno de izquierdas: cerrar su sistema bancario y forzarlo a colaborar con el empobrecimiento de su población.
Y si la ruta del reformismo está bloqueada, tenemos que tomarnos en serio la alternativa revolucionaria. La Revolución Rusa de Octubre representa el primer intento exitoso de derribar el capitalismo. De hecho, en la tradición de la Corriente Socialismo Internacional defendemos que esta es la única revolución socialista exitosa. Las otras grandes revoluciones del siglo XX -sobre todo, China, Vietnam y Cuba- rompieron las cadenas de la dominación colonial, pero dieron lugar a la instauración de regímenes burocráticos de capitalismo estatal hechos a la imagen y semejanza de la Rusia stalinista22. Es por eso que es aún más importante indagar qué podemos aprender de Octubre 1917.
Varios factores alejan la experiencia de octubre de nuestros días. El más obvio es que la Rusia de 1917 no tenía nada en común con el capitalismo globalizado de 2017. Rusia era una sociedad donde predominaba la agricultura y cuya población eran mayoritariamente campesinos oprimidos y explotados por la alianza de la autocracia zarista con la nobleza y la aristocracia terrateniente. El atraso de la Rusia imperialista de entonces es innegable, pero esto no significa que el país fuese ajeno al proceso de desarrollo capitalista global. Lenin y Trotsky entendieron esto. En palabras de Krausz,
“Incluso antes de 1905, Lenin expuso este fenómeno particular, es decir, que Rusia estaba involucrada en el sistema global a través de un proceso que hoy podríamos denominar ‘integración semi-periférica’, mediante el cual formas pre-capitalistas se conservan bajo el capitalismo para reforzar la subordinación a los intereses a los intereses del capitalismo occidental. Formas pre-capitalistas integradas en el capitalismo dentro del funcionamiento de este.”23
“El descubrimiento científico de esta aleación de una variedad de formas de producción y de estructuras históricas divergentes es lo que fortaleció a Lenin en su convicción de que Rusia era una región de “contradicciones sobredeterminadas” (Althusser). Estas contradicciones sólo pueden resolverse mediante una revolución. Lenin sólo se volvió consciente de la red de correspondencias en las que las particularidades locales del capitalismo y del posible derrocamiento de la monarquía zarista fueron conjuntadas en el transcurso de más de una década de investigación científica y lucha política. Estas investigaciones le llevaron al descubrimiento de algo sumamente importante, lo cual él resumió en su tesis de Rusia como ‘eslabón débil en la cadena del imperialismo’.”24
Trotsky llegó a la misma conclusión por un camino distinto. En sus estudios de las revoluciones de 1905 y 1917 concedió más importancia al rol del estado zarista. Competición geopolítica con poderes europeos más avanzados al oeste forzó a la autocracia, desde los tiempos de Pedro el Grande al comienzo del siglo 18, a importar técnicas más avanzadas (así como el capital necesario para financiarlas y a menudo el personal para operarlas) de los países rivales. Este es el contexto en el que formula su teoría del desarrollo desigual y combinado:
“La desigualdad, la ley general del proceso histórico, se revela más claramente y en su forma más compleja en el destino de los países más atrasados. Azuzada por la presión exterior, su cultura atrasada se ve obligada a dar saltos hacia delante. Así, a partir de la ley universal de la desigualdad emerge otra, la cual, a falta de otro nombre, llamaremos la ley de desarrollo combinado – con la cual nos referimos a los diferentes pasos del viaje uniéndose, una combinación de los distintos pasos, una amalgama de formas arcaicas que coexisten con otras contemporáneas.”25
Este proceso da lugar al surgimiento del “privilegio del atraso histórico”, que “permite, o más bien fuerza, la adopción de lo que sea que está disponible, saltándose toda una serie de pasos intermedios”26. Este “privilegio” permitió al estado zarista, que pretendía mantener su posición con respecto a los otros grandes poderes, promover la rápida industrialización del país, financiada por préstamos de su aliado, Francia, en los siglos XIX y XX. Hacia 1913, Rusia era la quinta economía industrial del planeta, con la fuerza de trabajo más concentrada de Europa. Aparecieron islas de industria avanzada en las que surgió una clase trabajadora militante que lideró las revoluciones de 1905 y 1917.27 Las contradicciones del desarrollo ruso al comienzo del siglo XX -la dependencia de la burguesía local en el estado y el capital extranjero y la militancia de la nueva clase trabajadora creada por la industrialización- eran suficientemente profundas como para producir la explosión de 1905, si bien la reacción más brutal, con matanzas de judíos que presagiaron al fascismo, al final triunfó.
Esta combinación contradictoria de avance y atraso no existía solamente en Rusia: otras economías recientemente industrializadas de finales del siglo XIX -Italia y Austria-Hungría, por ejemplo- compartían algunas de las mismas características. El historiador conservador Norman Stone mantiene que los años previos a 1914 fueron testigos de un aumento general de la lucha de clases a lo largo de Europa que fue reflejo del impacto de la Gran Depresión de 1873-95, en particular empobreciendo al campesinado y (en su fase de recuperación) aumentando los precios.
“En la medida que los precios ascendieron tras 1895 o, en la década anterior, que los países agricultores pudieron permitirse cada vez menos, se impulsó fuertemente la nueva industria. En Alemania o Gran Bretaña, se tuvo que reducir gastos; y se potenció la maquinaria. En Italia o Rusia, la depresión agraria motivó la industrialización… En los 1890, mediante inversiones extranjeras, se traspasó nueva tecnología de los países avanzados a los más débiles, las economías de los cuales, como resultado, sufrieron cambios dramáticos en muy pocos años. Ejércitos de proletarios (y campesinos) aparecieron en las fábricas. En los 1880, en otros países, se habían encontrado con precios que descendían lentamente, y salarios que crecían sustancialmente. A finales de los 1890, y de nuevo tras 1906, se encontraron con precios rápidamente en aumento. El resultado, en todas partes, fue un nivel de militancia obrera que llevó a algunos observadores a concluir que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.”28
Incluso en el poder imperialista más fuerte, Gran Bretaña, estos antagonismos tuvieron como resultado el Gran Malestar de los años previos a 1914. Rusia, con sus estructuras sociopolíticas desestabilizadas por la rápida industrialización, era mucho más vulnerable, como destacó Lenin en sus “Cartas desde lejos” después de la revolución de febrero de 1917. En particular, la política exterior agresiva y expansionista conducida por la autocracia propició conflictos en los Balcanes con el Imperio Austrohúngaro y, por lo tanto, con el aliado de este último, el Segundo Reich alemán; la lucha a muerte de dos decadentes regímenes imperiales desencadenó el conflicto interimperialista que había estado desarrollándose durante años alrededor del antagonismo entre Gran Bretaña y Alemania y arrastró a la mayoría de las potencias europeas y sus colonias a la Primera Guerra Mundial. Stone sostiene que “después de 1909, casi todos los países europeos entraron en un período de caos político”, del cual, para la derecha, la guerra parecía una salida.29 De hecho, la Gran Guerra barrió mucho de lo que quedaba del viejo régimen en Europa. En Rusia, el infierno de la guerra aumentó sustancialmente el tamaño de la clase obrera industrial y la sometió a nuevas privaciones, mientras que millones de campesinos fueron arrastrados de sus parcelas dispersas y concentrados en un gran ejército cuyas derrotas constituyen el juicio de la Historia a la autocracia.30
El nuevo proceso revolucionario que se abrió en febrero de 1917 dio un protagonismo aún mayor a la clase obrera que había desempeñado un papel principal en 1905. El ejército predominantemente campesino, cuyos motines apuntalaron el último clavo en el ataúd de los Romanov, proporcionó un puente entre las fábricas y las aldeas. Pero la vanguardia de la revolución -los trabajadores cualificados del metal de Petrogrado y Moscú- afrontaron problemas y desarrollaron formas de organización fundamentalmente similares a las de los trabajadores en los centros capitalistas más avanzados del oeste, en Berlín, Turín, Sheffield y Glasgow. Políticamente, de hecho, los obreros rusos eran los más avanzados, ya que en 1905 desarrollaban el soviet como una forma de autoorganización proletaria que podía unir a toda la clase en las luchas económicas y políticas y establecer así la base de una alternativa al existente estado capitalista. Los militantes de la clase trabajadora en Europa central y occidental encontraron en las luchas de los trabajadores rusos una solución a los problemas a los que se enfrentaban. No es casualidad que muchos trabajadores del metal se unieran a los partidos comunistas formados para extender la revolución bolchevique hacia el oeste.31
Del mismo modo, la forma adoptada por la Revolución de Octubre no representó un regreso al autoritarismo tradicional ruso o los instintos populares primitivos, como argumentan respectivamente Pipes y Figes. Por el contrario, en el crisol urbano, vemos lo que Trotsky llama “la orientación activa de las masas mediante un método de aproximaciones sucesivas”, es decir, la clase trabajadora moderna y sus aliados en el ejército probando diferentes soluciones políticas, moviéndose progresivamente hacia la izquierda al quedar en evidencia la ineficacia o irrelevancia de las ideas de los partidos más moderados.32 El objetivo bolchevique del poder soviético representaba el final de este proceso de radicalización, tanto porque se ajustaba a las necesidades de la situación como porque el partido era todo lo contrario a la secta hermética y totalitaria retratada por las principales corrientes de la intelectualidad. En palabras de Alexander Rabinowitch en su estudio imprescindible de la Revolución de Octubre en Petrogrado, que demuele de forma irrefutable la idea de un golpe bolchevique:
“El fenomenal éxito bolchevique puede atribuirse en gran medida a la naturaleza del partido en 1917. Aquí no tengo en mente ni el liderazgo audaz y decidido de Lenin, cuya inmensa importancia histórica no puede negarse, ni la muy conocida, si bien enormemente exagerada, unidad y disciplina organizacional de los bolcheviques. Más bien, quisiera enfatizar la estructura y el método de operación relativamente democrático, tolerante y descentralizado del partido, así como su carácter esencialmente abierto y de masas, en marcado contraste con el modelo leninista tradicional.”33
Las verdaderas peculiaridades de Rusia
¿Significa esto que octubre de 1917 no había factores específicos? Por supuesto que no: la revolución representó, como cada evento histórico, una peculiar mezcla de lo universal y lo particular. Sobresalen dos aspectos distintivos. El primero es común a todas las sociedades de la época: la Gran Guerra. El gobierno provisional que intentó reemplazar al régimen zarista en febrero de 1917 insistió en permanecer leal a las potencias de la Entente occidental, Francia y Gran Bretaña, y al nuevo y poderoso aliado representado por los Estados Unidos, y en continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta fue una de las principales fuerzas impulsoras del proceso de radicalización de masas descrito por Trotsky. Los trabajadores y los soldados se unieron a los bolcheviques porque estos se convirtieron en el único partido que estaba decidido a poner fin a la guerra y lo decía en serio, como lo demostró el Tratado de Brest-Litovsk. La oposición de los bolcheviques a la guerra, junto con su apoyo a la toma de las propiedades de la nobleza y la aristocracia por el campesinado, fueron fundamentales para que la Revolución de Octubre pudiera sobrevivir en una sociedad mayoritariamente rural. El propio análisis incisivo de Lenin sobre las condiciones del éxito bolchevique subraya que la toma del poder gozó de “(1) una abrumadora mayoría entre el proletariado; (2) casi la mitad de las fuerzas armadas; (3) una abrumadora superioridad de fuerzas en el momento decisivo en los lugares decisivos, a saber: en Petrogrado y Moscú y en los frentes de guerra cerca del centro “, y que la posterior adopción por los bolcheviques del programa de los social revolucionarios para el campesinado basado en la toma de la tierra les permitió “neutralizar al campesinado”.34
Pero en un contexto más amplio, el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió una época de guerra, revolución y contrarrevolución que sólo terminaría en agosto de 1945. El historiador conservador alemán Ernst Nolte resumió acertadamente esta era como “la Guerra Civil Europea”35. La matanza industrializada en las trincheras había ayudado a muchos trabajadores e intelectuales a perder sus lealtades hacia las clases dominantes existentes. Fuera de Rusia, el ejemplo más dramático lo proporcionó la Revolución alemana de 1918-23. Pero la experiencia de la guerra también tuvo un efecto embrutecedor: muchos veteranos de las tropas de choque de primera línea fueron reclutados por los movimientos fascistas que surgieron como la expresión más oscura de la contrarrevolución después de 1918. En Rusia, la ofensiva contrarrevolucionaria tomó la forma de la terrible Guerra Civil que tuvo lugar entre 1918 y 1921. Esta no solo contribuyó materialmente a la desintegración de la economía industrial rusa y la dispersión de la clase obrera que había hecho la revolución, sino que la eventual victoria bolchevique fue a costa de una militarización general de la sociedad. El propio partido perdió gran parte de sus raíces entre la clase trabajadora. Se convirtió en un partido militar, exigiendo el sacrificio heroico de sus miembros e imponiendo disciplina de arriba hacia abajo como el precio del éxito.36
El segundo rasgo distintivo de octubre de 1917 -y uno que diferencia a Rusia de sus homólogos occidentales- fue la ausencia de una fuerte tradición reformista. El mismo Lenin se refiere a esto en el famoso pasaje de “Comunismo izquierdista” donde escribe: “Fue fácil para Rusia, en la situación específica e históricamente única de 1917, comenzar la revolución socialista, pero será más difícil para Rusia que para los países europeos continuar la revolución y culminarla”.37 En otras palabras, la fuerza de la socialdemocracia depende del nivel de desarrollo de la sociedad en cuestión: el poder atrincherado de la burocracia sindical reformista y sus aliados parlamentarios representan un obstáculo importante para cualquier lucha revolucionaria, pero la conquista del poder en una sociedad avanzada se beneficiaría del nivel relativamente alto de productividad y educación que heredaría del capitalismo.
Este punto es indudablemente correcto. Como es conocido, Antonio Gramsci se refirió a las instituciones mucho más desarrolladas de la sociedad civil en Europa occidental como trincheras que actuaron contra la revolución.38 Pero la importancia de esto puede exagerarse. Incluso en la época de Lenin, la socialdemocracia podía coexistir con cierto nivel de atraso. El propio Gramsci tuvo que lidiar con una forma específica de desarrollo desigual y combinado en Italia, donde un capitalismo industrial relativamente desarrollado en el Norte ofreció a los líderes del movimiento obrero concesiones económicas a cambio de abandonar al campesinado sureño a su suerte a manos del los terratenientes y la iglesia.39 Además, todas las grandes experiencias revolucionarias comparten la aparición muy rápida de las fuerzas reformistas después de la crisis del antiguo régimen. El propio Lenin en el mismo texto señala esto en el caso de Rusia:
“En pocas semanas, los mencheviques y los socialistas revolucionarios asimilaron por completo todos los métodos y maneras, los argumentos y sofismas de los héroes europeos de la Segunda Internacional, de los ministerialistas y otros oportunistas. Todo lo que leemos ahora sobre los Scheidemanns y Noskes, sobre Kautsky y Hilferding, Renner y Austerlitz, Otto Bauer y Fritz Adler, Turati y Longuet, sobre los fabianos y los líderes del Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña, nos parece a todos nosotros (y de hecho es) una repetición lúgubre, una reiteración de un estribillo antiguo y familiar. Ya hemos sido testigos de todo esto en el caso de los mencheviques. Según la historia, los oportunistas de un país atrasado se convirtieron en los precursores de los oportunistas en una serie de países avanzados40.”
Hay muchos ejemplos más recientes de la rápida aparición del reformismo durante los movimientos de masas en sociedades menos desarrolladas. Cuando surgieron movimientos obreros independientes en las economías de reciente industrialización durante la década de 1980, vemos a Solidarność en Polonia abrazando rápidamente la idea de una “revolución autolimitada”, la insurrección proletaria en Brasil cada vez más contenida por la incorporación del nuevo Partido de los Trabajadores a la política electoral, y, durante los últimos días del apartheid, el Partido Comunista de Sudáfrica se desarrolló con sorprendente velocidad como un partido socialdemócrata de masas. Mucho más recientemente, durante la Revolución Egipcia de 2011-13, la Hermandad Musulmana asumió algunas de las funciones de un partido reformista que media entre el estado y las masas, con consecuencias desastrosas tanto para la Hermandad como para la revolución. Estos ejemplos reflejan la tendencia de las luchas de los trabajadores a limitarse, consecuencia de la falta de confianza en sí mismos por parte de trabajadorxs aún profundamente moldeados por la experiencia de explotación y opresión bajo el capitalismo y por lo tanto dispuestxs a encontrar compromisos con el orden existente. Lo que se requiere para superar esta falta de confianza es, como lo demostró en 1917, la experiencia práctica del fracaso de estos compromisos y de la capacidad de los trabajadores autoorganizados para superarlos, y la presencia entre estos trabajadores de un partido revolucionario de masas que ayuda a aprender las lecciones políticas necesarias.
Incluso en Europa occidental, estamos muy lejos de los partidos reformistas obreros, relativamente estables y bien organizados, de la época de Lenin o del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo que vemos son dos fenómenos aparentemente contrapuestos, pero de hecho estrechamente relacionados. Por un lado, otrora partidos poderosos y exitosos pueden suicidarse (el Partido Comunista Italiano) o pueden verse marginados (Pasok en Grecia, el Parti Socialiste en Francia o el Partido de los Trabajadores en Brasil). Por otro lado, nuevas formaciones reformistas pueden emerger muy rápidamente: Syriza en Grecia y Podemos en el estado español son los ejemplos clásicos recientes, pero también existe el extraordinario caso limitado de los laboristas en Gran Bretaña, uno de los partidos socialdemócratas más longevos cuyos líderes se esfuerzan por reinventarlo como un partido anti-austeridad.
Ambos fenómenos son consecuencia del declive a largo plazo de la socialdemocracia, exacerbado por su transformación en liberalismo social en la época de Tony Blair y Gerhard Schröder, y de la forma en que diez años de crisis y austeridad han debilitado las estructuras políticas burguesas. Esto significa que incluso en los centros del capitalismo avanzado los revolucionarios ya no se enfrentan a las formaciones estables reformistas que para Lenin y Gramsci representaban un obstáculo importante para la revolución socialista en Occidente. Por supuesto, las razones de la inestabilidad relativa de la socialdemocracia contemporánea son muy diferentes de aquellas (la represión de la autocracia zarista de todos los desafíos democráticos) que impidieron el desarrollo de un reformismo estable en la Rusia prerrevolucionaria. Sin embargo, como la trayectoria de Syriza -que en cinco años ha pasado de la gran esperanza de la izquierda internacional al gendarme de la Troika- indica que la política reformista contemporánea tiene una fluidez e inestabilidad que puede crear oportunidades para los revolucionarios, si son capaces de responder eficazmente.
En este contexto, vale la pena considerar las dos innovaciones políticas reales ofrecidas por la Revolución de Octubre. El primero de ellos -los soviets y la lógica del poder dual, la coexistencia y el entrelazamiento de dos formas políticas antagónicas, burguesas y proletarias, que su surgimiento generó después de febrero de 1917- demostró ser universal.41 A lo largo del siglo XX, las grandes luchas de masas de la clase trabajadora dieron luz a formas de autoorganización democrática con tendencia a desarrollarse más allá de meros instrumentos de lucha hasta ser la base de una nueva forma de poder político desafiando la soberanía del estado capitalista. En diferentes formas y con diferentes nombres -desde los consejos obreros en Alemania 1918 a los cordones en Chile 1973, pasando por los shoras de los trabajadores en Irán 1978-9- estas improvisaciones organizacionales han dejado entrever la sociedad autogestionada que se desarrollaría a partir de revoluciones obreras exitosas. Los movimientos masivos provocados por la crisis actual -sobre todo, las ocupaciones de las plazas en 2011, desde Tahrir hasta la Puerta del Sol, Syntagma y Zuccotti Park- mostraron una aspiración similar a formas más directas de democracia que las ofrecidas dentro de un marco capitalista, aunque no fueron impulsados ​​por la dinámica de huelga de masas que dio lugar a los soviets originales y sus contrapartes en otros lugares.
La segunda gran innovación fue el propio partido bolchevique. Decir esto contradice el inmenso esfuerzo que Lars Lih ha hecho para negar la distinción política del bolchevismo, argumentando que Lenin era un fiel seguidor de Kautsky que intentó aplicar la concepción de este último de un movimiento socialista a las condiciones rusas.42 Sin entrar aquí en la extensa controversia que la interpretación de Lih ha provocado, señalaría que se basa en una ingenua comprensión premarxista de la historia en la que lo que sucede es la realización de las intenciones de los actores. En otras palabras, concedamos por un momento que Lenin se decidió, de ¿Qué hacer? (1903) en adelante, a crear una versión de la socialdemocracia alemana en la Rusia zarista. El problema era que este proyecto era simplemente irrealizable debido a la ausencia de las condiciones -en particular, el desarrollo de un capitalismo avanzado y en expansión capaz de ofrecer reformas y de un régimen burgués cuasi parlamentario- que permitieron al SPD desarrollarse como un partido de masas participando en las elecciones. La necesidad de la revolución -inicialmente entendida por Lenin como una revolución burguesa para terminar con la autocracia pero que, debido a la debilidad de la burguesía rusa, sería impulsada desde abajo por movimientos masivos de trabajadores y campesinos-, requería un tipo muy diferente de partido. Este fue el tipo de partido cuyo surgimiento fue trazado por Tony Cliff en el primer volumen de su biografía de Lenin.43 Lenin y sus camaradas crearon un partido en circunstancias que ellos no eligieron y, sin intención de hacerlo, crearon algo nuevo.
Una forma de explicar la diferencia es tomar prestada una formulación de Kautsky, quien dijo:
“El partido socialista es un partido revolucionario, pero no un partido que hace revoluciones. Sabemos que nuestro objetivo solo puede lograrse a través de una revolución. También sabemos que es tan poco lo que está en nuestras manos para crear esta revolución como lo está en las de nuestros oponentes para prevenirla. No es parte de nuestro trabajo instigar una revolución o preparar el camino para ella. Y como la revolución no puede ser creada arbitrariamente por nosotros, no podemos decir nada sobre cuándo, bajo qué condiciones o de qué formas vendrá. Sabemos que la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado no puede terminar hasta que este último esté en plena posesión de los poderes políticos y los haya utilizado para introducir a la sociedad socialista. Sabemos que esta lucha de clases debe crecer de manera extensa e intensa. Sabemos que el proletariado debe seguir creciendo en número y ganar en fuerza moral y económica, y que, por lo tanto, su victoria y el derrocamiento del capitalismo es inevitable. Pero podemos tener solo las conjeturas más vagas sobre cuándo y cómo se producirán los últimos golpes decisivos en la guerra social.”44 [énfasis añadido]
En la versión de Kautsky, un partido revolucionario es uno que surfea las profundas mareas de la historia, un producto orgánico del desarrollo del capitalismo y de la lucha de clases que representa la fusión progresiva de la ideología socialista y el movimiento obrero. Como dice Shandro, el marxismo de la Segunda Internacional asumió “que el crecimiento de las fuerzas productivas determina la dirección de la historia, que las condiciones materiales e intelectuales del socialismo se desarrollan en paralelo, y que la teoría marxista y el movimiento de la clase obrera se fusionan armoniosamente” .45 La práctica del bolchevismo implica precisamente una ruptura con esta suposición de “fusión armoniosa”: como Lenin lo retrata retrospectivamente en “Comunismo izquierdista”, el éxito de los auténticos revolucionarios depende de la lucha implacable de las diferentes tendencias políticas que Kautsky evadió en el SPD -incluyendo, como Trotsky enfatiza en Lecciones de Octubre, el tipo de intensos debates que tuvieron lugar entre los activistas bolcheviques y dentro del liderazgo del partido durante y después de la revolución.
Pero, más que eso, los bolcheviques fueron un partido revolucionario en el sentido de que intervinieron activamente en la lucha de clases para ayudar a configurar y dirigir el proceso revolucionario. Podemos ver esto más claramente cuando organizaron insurrecciones -primero el levantamiento de Moscú en diciembre de 1905 y luego, por supuesto, la toma del poder en octubre de 1917. Los escritos de Lenin en el otoño de 1917 no muestran ninguna garantía de que “el derrocamiento del capitalismo sea inevitable”. Por el contrario, están llenos de un sentido de urgencia y de la insistencia en que, si los bolcheviques no aprovechan el momento, ellos y la clase trabajadora se verán abrumados por la catástrofe contrarrevolucionaria.46 Pero en muchos aspectos fue más importante el proceso entre abril y octubre, cuando los bolcheviques se dispusieron sistemáticamente a ganar la mayoría de la clase obrera. Lenin lo explicó en sus Tesis de abril:
“Hay que hacer ver a las masas que los Soviets de Diputados Obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, y que, por lo tanto, nuestra tarea es, mientras este gobierno ceda a la influencia de la burguesía, presentar una explicación paciente, sistemática y persistente de los errores de sus tácticas, una explicaciónespecialmente adaptada a las necesidades prácticas de las masas.47”
Ganarse a la mayoría también implicó el uso de lo que luego se llamaría el frente único. Por ejemplo, en agosto de 1917 los bolcheviques se unieron a los mencheviques y Socialistas Revolucionarios, que anteriormente habían estado persiguiendo a los bolcheviques como agentes alemanes, para detener el intento de golpe militar del general Kornilov. La vida democrática y abierta del Partido Bolchevique le permitió reflejar la creciente radicalización de los trabajadores y los soldados y encauzarla en la dirección de la toma del poder. Pero esto no significa que estos debates estuvieran abiertos a cualquier objeción. El tema central en juego en el otoño de 1917 era si organizarse para tomar el poder o no. Los argumentos de Lenin y Trotsky para la insurrección (su enfoque se diferenció en cuanto a la táctica, y el juicio de Trotsky en general resultó mejor) fueron opuestos públicamente por un grupo dirigido por Zinoviev y Lev Kamenev. Eventualmente, su oposición fue superada por un ultimátum de la mayoría del Comité Central amenazándolos con medidas disciplinarias. Un partido que hace revoluciones no puede funcionar si los debates no se resuelven, al menos provisionalmente, y si la minoría no respeta las decisiones de la mayoría.48
La base intelectual para la estrategia seguida por los bolcheviques fue la teoría del imperialismo que Lenin había desarrollado durante los años de la guerra. Por lo tanto, escribió en un texto clave en abril de 1917: “Estamos decididos a poner fin a la guerra imperialista mundial en la que se han congregado cientos de millones de personas y en la que están involucrados los intereses de miles de millones de millones de capital, una guerra que no puede terminar en una paz verdaderamente democrática sin la mayor revolución proletaria en la historia de la humanidad “.49 Como señala Krausz, este análisis reubicó las contradicciones de la sociedad rusa dentro de las transformaciones sufridas por el capitalismo a nivel global: el surgimiento de bloques capitalistas monopólicos y su competencia, que generó rivalidades interimperialistas susceptibles de producir guerras mundiales a las que la revolución socialista fue la única respuesta. Esto justificó el impulso del poder soviético en Rusia como el comienzo de un proceso revolucionario global en el que una nueva Internacional Comunista buscaría unir la insurgencia de los trabajadores y las revueltas nacionalistas en las colonias. Perseguir este objetivo requirió la generalización del modelo bolchevique de un partido que hace revoluciones.50
El problema es que esta innovación resultó mucho más difícil de exportar que los soviets, que los trabajadores han redescubierto una y otra vez de forma espontánea siguiendo la lógica de sus luchas de masas. En sus comienzos, la Comintern representó un intento heroico de hacer exactamente eso, a gran velocidad. Pero como Cliff también muestra en su biografía de Lenin, resultó extremadamente difícil injertar lo que era genuinamente nuevo sobre la estrategia y organización bolchevique en las especificidades nacionales de las diferentes tradiciones socialistas. No fue fácil sustituir el largo y duro proceso mediante el cual los bolcheviques se formaron a través de períodos de lucha de masas y de reacción, en medio de la represión y el exilio, creando tradiciones de acción común, un debate sólido y confianza mutua que demostraron su valía en 1917. El poder y el prestigio de los bolcheviques después de la revolución demostraron ser un obstáculo crucial para una verdadera internacionalización, ya que alentaban una tendencia de las direcciones nacionales a ceder ante Moscú en lugar de decidir por ellos mismos la estrategia y táctica apropiada a su situación, tratando los consejos de los bolcheviques con respeto pero no como instrucciones. La tendencia se institucionalizó a través de la “bolcheviquización” del Komintern bajo Zinoviev a mediados de la década de 1920 y luego se transformó en la subordinación sistemática de los partidos comunistas nacionales a las necesidades de política exterior del estado soviético bajo Stalin.
El fracaso de la revolución para extenderse hacia el oeste permitió que el proceso de desarrollo desigual y combinado -que había creado las condiciones para la revolución en 1905 y 1917- ahora se revirtiese y favoreciera la contrarrevolución. La lógica de la competencia interestatal en el corazón del análisis de Trotsky de las peculiaridades del desarrollo ruso siguió exigiendo una industrialización rápida. La reimposición de este imperativo requirió la destrucción de los logros de la Revolución de Octubre. Esto tomó una forma muy específica, una que desorientó a la izquierda durante dos generaciones, no el derrocamiento visible del estado soviético, sino la transformación del régimen bolchevique, que a principios de la década de 1920 era una dictadura partidaria cuyos líderes estaban atrapados entre un compromiso subjetivo con el poder de la clase trabajadora y su ubicación objetiva como gerentes de un estado enfrentado a las grandes potencias imperialistas más avanzadas más al oeste. Como Marx hubiera predicho, el ser social triunfó sobre la conciencia: la industrialización forzada de Rusia a fines de la década de 1920 y principios de 1930 sometió a los trabajadores y campesinos a las prioridades de acumulación de capital y transformó a la URSS en una potencia imperialista por derecho propio, atrapada en el proceso global de competencia económica y geopolítica bajo la bandera de “la construcción del socialismo”.
En su juiciosa y erudita historia reciente de la era revolucionaria rusa, Steve Smith sugiere que este resultado indica que el proyecto bolchevique fue malinterpretado. Con aprobación, cita las advertencias del líder socialista francés Jean Jaurès y Kautsky en contra de la posibilidad de que la revolución socialista pueda surgir de la guerra, y agrega:
“Los bolcheviques nunca dudaron de que un sistema capitalista decadente colapsaría más temprano que tarde … Cien años después … está claro que la Revolución Rusa no llegó a existir debido a la crisis terminal del capitalismo … Durante el siglo XX, el capitalismo mostró un inmenso dinamismo e innovación … aun cuando concentraba una inmensa riqueza en unas pocas manos y creaba nuevas formas de alienación.”51
Este argumento parece basarse en otra idea de Kautsky, a saber, que la Primera Guerra Mundial no fue en sí misma una consecuencia del desarrollo del capitalismo, que podría evolucionar pacíficamente hacia un “ultraimperialismo” globalmente integrado.52 Esto ignora el hecho de que años después de la Revolución de Octubre, el capitalismo experimentó lo que todavía es la peor crisis en su historia: la Gran Depresión de 1929-39. Escribiendo en 1934, el economista liberal Lionel Robbins tenía perfectamente claro que 1914 y 1929 estaban estrechamente conectados: “Vivimos, no en el 4º, sino en el 19º año de la crisis mundial”.53 Y el capitalismo salió de esta crisis a través de otra guerra mundial imperialista aún más destructiva, con el Holocausto marcando el punto más bajo de la humanidad. La apuesta de Lenin, de que la revolución socialista en Rusia podía derrocar a todo el coloso imperialista, de haber tenido éxito, hubiera evitado esta orgía de barbarie. Le gustaba citar el dicho alemán: “Mejor un final horrible que un horror sin fin [Besser ein Ende mit Schmerzen als Schmerzen ohne Ende]”.
El propio Smith está dispuesto a tomar en serio esas historias alternativas. La siguiente crítica a Lenin tiene un giro interesante:
“Crucialmente, legó una estructura de poder que favorecía a un solo líder, y esto hizo que las ideas y capacidades del líder fueran mucho más importantes que en un sistema político democrático. Lo que esto lógicamente implica -aunque a menudo lo pasan por alto quienes ven que el estalinismo surge del leninismo- es que si Bujarin o Trotsky se hubieran convertido en secretario general, los horrores del estalinismo no se habrían cumplido, aunque el atraso económico y el aislamiento internacional todavía habrían limitado críticamente su espacio para la maniobra.54”
Pero un “y si…” aún más grande es qué habría pasado si la revolución hubiera podido romper su confinamiento dentro de las fronteras del Imperio ruso. Sobre todo, ¿y si la Revolución Alemana se hubiera desarrollado más allá de los límites de derrocar al Kaiser e instituir una república democrática? El período 1918-23 en Alemania vio una serie de pasos hacia delante y hacia atrás de las fuerzas que luchaban por un Octubre alemán, que terminó en una derrota definitiva. Pero si nos negamos a aceptar una visión determinista de la historia y estamos dispuestos a imaginar escenarios alternativos para el régimen bolchevique, lógicamente no hay razón para descartar la posibilidad de un avance revolucionario fuera de Rusia. Y si eso hubiera sucedido, entonces la historia del siglo 20 habría sido muy diferente.55 Perder las delicias del capitalismo de consumo habría sido un pequeño precio a pagar para evitar Auschwitz e Hiroshima y comenzar a construir una sociedad genuinamente comunista.
Conclusión
Pero, por desgracia, la revolución fue derrotada. Esto nos lleva a donde empezamos, con el “final de un gran ciclo” de Bensaïd. La Unión Soviética finalmente fue víctima de la misma lógica de la competencia económica y geopolítica que la formó en primer lugar. Pero, en parte debido a la inversión ideológica de gran parte de la izquierda -incluso muchos de los críticos del estalinismo- en la URSS como una alternativa, aunque deformada y distorsionada, al capitalismo, las revoluciones de 1989-91 amplificaron en gran medida la ofensiva neoliberal. Pero ahora el capitalismo neoliberal en sí mismo está en una crisis profunda, no solo por el colapso de 2007-8 y sus secuelas, sino también por las revueltas contra los partidos de la clase dominante. Esto proporciona un contexto favorable para reafirmar que la Revolución de Octubre continúa teniendo un significado en el presente.
No simplemente porque representa el mayor golpe político jamás golpeado al sistema del capitalismo. Más específicamente, toda la experiencia del bolchevismo debe seguir siendo un punto de referencia fundamental para quienes buscan continuar la tradición marxista revolucionaria. Esto no implica el tipo de imitación mecánica que el propio Lenin denunció, especialmente en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista en 1922. Trotsky, paladín de las “Lecciones de octubre”, siempre insistió en que seguir una tradición implica un proceso de selección de lo que aún se puede usar del pasado. Las grandes experiencias revolucionarias al final de la Primera Guerra Mundial -no solo Rusia 1917 sino Alemania 1918-23 e Italia 1918-20- requieren un atento estudio crítico, no como un ejercicio de anticuario, sino para establecer las verdaderas causas de los triunfos y fracasos de esa época y de ese modo aprender a ser mejores revolucionarios en el presente.
En el caso ruso, el funcionamiento del desarrollo desigual y combinado en el contexto de la guerra mundial imperialista hizo posible una fusión de lo universal y lo particular -sobre todo, de una tendencia universal a las luchas de los trabajadores de masas para crear situaciones de doble poder y la existencia particular de un partido revolucionario capaz de aprovechar esa situación. ¿Se puede repetir una convergencia tan singular? La apuesta de la política marxista revolucionaria es que sí se puede. La unión de la autoorganización popular y un partido revolucionario de masas ciertamente tendrá lugar en condiciones muy diferentes y bajo formas muy diferentes a las que prevalecieron en Rusia en 1917. Pero, por grandes que sean las victorias que estas nuevas experiencias puedan producir, no atenuarán la luz que irradia desde el 25 de octubre de 1917, cuando la clase obrera rusa demostró que se puede derrotar al capital, y cómo.
Alex Callinicos es profesor de Estudios Europeos en King’s College London y editor de la revista cuatrimestral International Socialism.
Notas
1 Sobre la realidad del levantamiento de Pascua y las hipocresías que lo rodean, véase Allen, 2016. La Revolución Inglesa de 1640 es, como octubre de 1917, ampliamente rechazada por la elite política y, gracias a la victoria del “revisionismo” entre los historiadores académicos, tergiversada como una disputa religiosa y constitucional. La represión historiográfica más amplia de las grandes revoluciones es criticada en Haynes y Wolfreys (eds), 2007. Muchas gracias a Joseph Choonara, Kevin Corr, James Eaden, John Rose y Camilla Royle por sus comentarios sobre este artículo en borrador.
2 Osborn, 2005.
3 Matthews, 2017.
5 Figes, 1996, y especialmente Pipes (ed), 1996. La escolaridad de Pipes es destrozada en Lih, 2001.
6 Brenton (ed), 2016.
7 Figes, 2016, p141. La excepción en esta muy pobre colección es una evaluación característicamente incisiva del contexto geopolítico por Dominic Lieven-Lieven, 2016.
8 Fitzpatrick, 2017 y Brenton, 2017.
9 Harvey, 2014, p91.
10 Hobsbawm, 1994, pp4 y 9.
11 Hobsbawm, 1994, p498. Las ambivalencias históricas, políticas y personales de Hobsbawm son escrutadas en detalle forense por Perry Anderson en revisiones vinculadas de Age of Extremes y la autobiografía de Hobsbawm 2002 Interesting Times-Anderson, 2002a y 2002b.
12 Bensaïd, 2003a. Este texto se originó en los debates entre la Ligue Communiste Révolutionnaire (Francia) y el Partido Socialista de los Trabajadores (Gran Bretaña) en el apogeo del movimiento anticapitalista a principios de la década de 2000. Daniel lo escribió en diciembre de 2002 como una carta dirigida a mí y firmada conjuntamente por otros líderes de LCR (Léon Crémieux, François Duval y François Sabado); mi traducción al inglés fue publicada en el International Socialist Tendency Discussion Bulletin n. ° 2, enero de 2003.
13 Cliff, 2003, Harman, 1990, y Callinicos, 1991.
14 Ver el admirable relato de la revolución en Sherry, 2017.
15 Trotsky, 1975, pp202 y 203.
16 Ver especialmente Broué, 2004, Harman, 1983 y Riddell (ed), 2015.
17 Por ejemplo, Bensaïd, 2002, y Bensaïd, 2003b. Vea mi discusión del pensamiento político de Bensaïd, que enfatiza la importancia de Lenin para él, en Callinicos, 2012.
18 Lih, 2006, Shandro, 2014, Krausz, 2015, Ali, 2017 y Molyneux, 2017. Podría decirse que este “renacimiento de Lenin” comenzó con la conferencia sobre Lenin organizada en Essen en 2001 por Slavoj Žižek: los documentos (incluidas las contribuciones de Bensaïd y yo) se recogen en Budgen, Kouvelakis y Žižek (eds), 2007.
19 Žižek (ed), 2002, ofrece probablemente su discusión más completa de Lenin, junto con una útil selección de los textos de este último de 1917. Para algunas críticas a la apropiación de Lenin por Žižek, ver Callinicos, 2001, pp391-397, y Callinicos, 2007 .
20 Luxemburgo, 1908.
21 Addison, 1977, Fenby, 2011, capítulo 16.
22 Cliff, 1963
23 Krausz, 2015, p363.
24 Krausz, 2015, p89. El desarrollo del pensamiento de Lenin antes de 1917 y particularmente su comprensión evolutiva de la cuestión agraria se exploran en detalle en Shandro, 2014.
25 Trotsky, 2017, p5. Véase también Trotsky, 1973. Marshall Poe ofrece una perspectiva histórica algo similar, argumentando que, desde el siglo XVI en adelante, el estado ruso pudo defenderse de la dominación europea explotando su lejanía geográfica e imponiendo automáticamente reformas modernizadoras basadas en su modelo occidental más avanzado. rivales-Poe, 2003.
26 Trotsky, 2017, p4.
27 Para estos y muchos más datos sobre la economía política de la Rusia imperial tardía, ver Smith, 2017, capítulo 1.
28 Stone, 1983, pp86-87. Ver más en general los dos brillantes capítulos iniciales de este libro.
29 Stone, 1983, p144.
30 Tres importantes estudios históricos recientes, Clark, 2013, Tooze, 2014 y Lieven, 2015, subrayan el importante papel desempeñado por Rusia en el estallido y el curso de la Primera Guerra Mundial. El libro de Tooze es inusual en la seriedad de la teoría y estrategia bolchevique. Stone, 2008, es un relato clásico de la guerra de Rusia.
31 Smith, 1983, y Murphy, 2005, ofrecen dos estudios fundamentales de los trabajadores metalúrgicos rusos; para Occidente, ver Broué, 2004, Hinton, 1973, y Gluckstein, 1985.
32 Trotsky, 2017, pxvi.
33 Rabinowitch, 2017, p311. Cabe destacar que Rabinowitch no es de ninguna manera un apologista de los bolcheviques, ya que es muy crítico con la oposición de Lenin y Trotsky a formar un gobierno de coalición de todos los partidos en el soviet, aunque esto habría asegurado la victoria del contraataque. -revolución sobre un régimen soviético paralizado por sus divisiones internas.
34 Lenin, 1964c, pp262 y 263.
35 Nolte, 1987.
36 Para una imagen bastante justa de la Guerra Civil, ver Smith, 2017, capítulo 4. Ver también, para reflexiones más amplias sobre el poder formativo de la violencia contrarrevolucionaria en el desarrollo del terror revolucionario, Mayer, 2000, y, para una defensa de los bolcheviques, Rees, 1991. Pirani, 2008, es un estudio reciente de la creciente alienación de los bolcheviques de la clase trabajadora a principios de los años veinte.
37 Lenin, 1964d, p64.
38 Gramsci, 1975, II, pp865-867.
39 Especialmente Gramsci, 1978.
40 Lenin, 1964d, p30.
41 Véase Callinicos, 1977, y Gluckstein, 1985.
42 Véase la extensa bibliografía y crítica de la interpretación de Lih sobre Lenin en Corr y Jenkins, 2014.
43 Cliff, 1975-8
44 Kautsky, 1909, p50.
45 Shandro, 2014, p99.
46 Esto se ve muy claramente en los textos recogidos en Žižek (ed), 2002.
47 Lenin, 1964a, p23. Ver Corr, 2017, para una crítica del intento de Lih de disminuir la importancia de las Tesis de abril.
48 Este proceso se describe en detalle en Rabinowitch, 2017 (ver p.310-11 para el ultimátum).
49 Lenin, 1964b, p88.
50 Callinicos, de próxima aparición.
51 Smith, 2017, pp391-392.
52 Kautsky, 2011.
53 Robbins, 1934, p1.
54 Smith, 2017, p388.
55 Harman, 1983.
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Alex Callinicos
A continuación, les presentamos dos enlaces, el primero es el artículo original, publicado originalmente en International Socialism Journal, el 13 de octubre de 2017 y el segundo es la publicación del mismo artículo en la página de Marx 21.